En el futuro, el monte donde se encuentra el templo de
nuestro Dios será el monte más importante. Allí vendrán muchos pueblos y gente
de muchas naciones, y unos a otros se dirán: Subamos al monte de Sión, al
templo del Dios de Israel, para que él mismo nos enseñe y obedezcamos sus
mandamientos.
Dios mismo será nuestro maestro desde el monte de Sión,
¡desde la ciudad de Jerusalén! Dios mismo será nuestro maestro desde el monte
de Sión, ¡desde la ciudad de Jerusalén! Dios mismo dictará sentencia contra
naciones y pueblos lejanos, y ellos convertirán sus espadas en herramientas de
trabajo. Nunca más nación alguna volverá a pelear contra otra, ni se entrenará
para la guerra.
Todo el mundo vivirá tranquilo bajo la sombra de su viña,
o a la sombra de su higuera, porque así Dios lo ha prometido. ¡Qué importa que
otras naciones adoren a sus propios dioses! Nosotros siempre obedeceremos a
nuestro poderoso Dios!
Así ha dicho nuestro Dios: Mi pueblo parece un rebaño de
ovejas cojas y perdidas, porque está sufriendo mi castigo. Pero ya está cerca
el día en que volveré a reunirlo. Cuando llegue ese día, con los pocos que
hayan quedado volveré a hacer una gran nación, y desde mi templo en Jerusalén
reinaré sobre ella para siempre.
Hermoso monte de Sión, tú has sido una torre protectora
para mi amada Jerusalén; así que volverás a ser como antes, ¡serás la gran
capital de mi pueblo!
Tú, Jerusalén, lloras y te retuerces de dolor, como si
fueras una mujer a punto de tener un hijo. Pero no hay razón para que llores;
¡tienes rey no te faltan consejeros! Más bien, llora porque tus habitantes te
abandonarán y vivirán en el campo, y después serán llevados a Babilonia. Sin
embargo, yo los pondré en libertad; ¡yo mismo los libraré del poder de sus
enemigos!
Muchas naciones se han reunido, y dicen en contra tuya:
¡Ojalá podamos ver la derrota de Jerusalén! Pero esas naciones no saben lo que
tengo pensado hacer; es algo que no pueden entender: ¡Voy a juntarlas para
hacerlas polvo!
¡Vamos Jerusalén! ¡Levántate y hazlos pedazos! Yo te daré
la fuerza de un toro, para que destruyas a muchos pueblos; ¡tus cuernos
parecerán de hierro!, ¡tus cascos parecerán de bronce! Les quitarás todas sus
riquezas y me las entregarás, pues toda la tierra me pertenece.
Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe aprender a obedecer
las enseñanzas de Jesucristo, pues la obediencia hará que el hombre viva en
paz, es una promesa de Dios. Por lo tanto, es tiempo de que el hombre
despierte, que se levante y se arrepienta genuinamente, pues Dios vendrá pronto
pero es necesario, que el hombre esté preparado, que sea restaurado su corazón,
que su mente sea renovada para que cuando llegue ese día sea, la presencia de
Dios reine en su vida.
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