Isaías dijo: Habitantes de Jerusalén, ustedes están llenos
de esplendor porque la gloria de Dios brilla sobre ustedes. Una noche oscura
envuelve a las naciones, pero Dios hará brillar su luz, y así los reyes del
mundo verán la gloria futura de Israel.
Dios dijo: Habitantes de Jerusalén, levanten los ojos y
miren a su alrededor; todo el mundo se reúne en Jerusalén. De muy lejos vienen
familias enteras, con sus niños en brazos. Al verlos llegar, con los tesoros
del mar y las riquezas de las naciones, se llenarán de gozo y alegría.
A Jerusalén vendrá mucha gente de las regiones del desierto.
Vendrán montados sobre muchos camellos. También vendrá gente del reino de Sabá.
Vendrá con incienso y oro, y alabará mis grandes hechos. Las ovejas del país en
Quedar serán para ustedes; sobre mi altar me podrán presentar los carneros de
Nebaiot como ofrendas agradables, y yo haré que mi templo se vea aún más
hermoso.
Llegan barcos de alta mar trayendo a los habitantes de
Jerusalén con su oro y su plata. Vienen
para adorarme, pues soy el Dios santo de Israel que los llena de poder.
Habitantes de Jerusalén, yo estuve muy enojado con ustedes y
por eso los castigué; pero ahora les mostraré lo mucho que los amo. Gente extranjera reconstruirá las murallas de
la ciudad, y los reyes de otras naciones se pondrán a su servicio.
Los portones de Jerusalén no se cerrarán ni de día ni de
noche; así las naciones, bajo la guía de sus reyes, podrán traerles sus
riquezas. Todas las naciones que no estén al servicio de ustedes serán
destruidas por completo.
Dios continuó diciendo a los habitantes de Jerusalén: Todas
las riquezas del Líbano y todas sus finas maderas vendrán a dar hermosura a mi
templo, donde he puesto mi trono. Los descendientes de sus antiguos enemigos
vendrán y se humillarán ante ustedes; quienes antes los despreciaban, se
arrodillarán ante ustedes y llamarán a Jerusalén: Ciudad del Dios santo de Israel.
Jerusalén se ha quedado abandonada, odiada y muy sola, pero
yo haré que llegue a ser motivo de orgullo y alegría. Las naciones traerán sus
mejores alimentos y los reyes le entregarán sus regalos. Así los habitantes de
Jerusalén reconocerán que yo soy el poderoso Salvador de Israel.
Yo, el Dios de Israel, haré que gobierne la paz y que haya
justicia. Les daré oro en vez de bronce, plata en vez de hierro, bronce en vez
de hierro, bronce en vez de madera, y hierro en vez de piedras. Nunca más se
oirá en Israel el ruido de la violencia, ni habrá destrucción ni ruina: a las
murallas de Jerusalén las llamarán “Salvación” y a sus portones “Alabanza”. Ya
no será necesario que el sol alumbre de
día y que la luna brille de noche, porque para siempre yo seré su luz y
resplandor.
El sol jamás se ocultará y la luna nunca perderá su luz,
porque yo soy el Dios de Israel, y seré para ustedes una luz que brillará para
siempre. Así pondré fin a su tristeza. En Jerusalén sólo vivirá gente honrada
que será la dueña del país. Será como los brotes de una planta que yo mismo
plantaré; será la obra de mis manos que manifestará mi poder. Hasta la familia
más pequeña se convertirán en una gran nación. Yo soy el único Dios, y cuando
llegue el momento, haré que todo esto suceda pronto.
No obstante, el ser humano debe despertar y levantarse
aunque haya situaciones difíciles pues debe poner su confianza en Dios y
prepararse pues el Señor vendrá y es preponderante que cada persona lo espere
con un corazón humilde dispuesto a recibirle pues es una decisión personal de
cada quién. Ahora bien, cuando el hombre acepta a Jesucristo en su vida, el ser
humano puede mostrar un rostro alegre debido a la presencia de Dios e irradiará
luz porque Dios es el que resplandece su rostro, el que embellece las actitudes
de cada persona, por lo que apegado al Señor, la alegría permanecerá.
Con Alta Estima,-
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