Dios también me dijo: Ezequiel, hombre mortal, vuelve la
mirada hacia Jerusalén y diles a los israelitas que yo me he declarado enemigo
de ellos y del templo. Tomaré la espada y, desde el norte hasta el sur, mataré
por igual a justos y a pecadores. Todo el mundo se dará cuenta entonces de que,
cuando yo saco la espada, algo terrible va a suceder. Pero tú, ve y llora
amargamente delante de todos ellos. Déjales ver tu dolor. Y si te preguntan por
qué lloras, diles que te da tristeza saber que pronto pasará algo que dejará a
todos sin aliento, sin fuerzas y temblando de miedo. Esto sucederá en cualquier
momento. Ya no tarda. Les juro que así será.
Dios también me dijo: Anuncia de mi parte lo siguiente: ¡La
espada, la espada! Ya le he sacado filo y brillo. Le saqué filo para matar; le
saqué brillo para deslumbrar. Está afilada y pulida, lista para que sea puesta
en manos del asesino. ¡Llora de dolor, hombre mortal! ¡Golpéate con rabia el
pecho, porque esta espada matará a mi pueblo! Todos los jefes de Israel y todos
los israelitas están condenados a muerte. Les juro que así será.
Pero tú, Ezequiel, da este mensaje de mi parte: ¡]Qué hiera
la espada! ¡Que mate y vuelva a matar! ¡Que todos, tiemblen de miedo! ¡Los
tengo acorralados! Por todas partes he puesto la espada asesina. Pulida está,
para deslumbrar; afilada está, para matar. Se mueve de un lado a otro; ¡su filo
hiere por todas partes! Dejaré que la espada mate hasta que se calme mi enojo.
¡Les juro que así será!
Dios también me dijo: Tú, Ezequiel, dibuja dos caminos, para
que el rey de Babilonia pase por ellos con su espada. Los dos caminos saldrán
del mismo país. Allí donde comience cada camino pondrás señales que indique a
dónde llevan. Una de las señales apuntará hacia Rabá, la ciudad de los
amonitas, y la otra apuntará hacia Jerusalén, la ciudad amurallada de Judá.
El rey de Babilonia se detendrá allí donde se aparten los
dos caminos, y se preguntará qué camino seguir. Usará toda forma de adivinación
con la esperanza de saber qué ciudad atacar. Y la respuesta será: Marcha contra
Jerusalén. El rey dará la orden: ¡Al ataque!¡Preparen las máquinas y derriben
los portones! ¡Hagan rampas para subir a la muralla! ¡Pongan escaleras para
entrar en la ciudad! ¡Lancen gritos de guerra! ¡Que empiece la matanza!
La gente de Jerusalén no va a creer en tus palabras, pues
confían en el tratado que hicieron con el rey de Babilonia. Sin embargo, este
rey les recordará sus pecados y se los llevará prisioneros. Por eso yo, el Dios
de Israel afirmo: No me he olvidado de sus maldades; sus crímenes todo el mundo
los conoce. Todo lo que ustedes hacen demuestra que son unos pecadores. Por
esos serán capturados con violencia.
Y tú, rey de Israel, eres un criminal malvado. Pero te ha
llegado la hora; ¡llegó el día de tu castigo! ¡Quítate de la cabeza el
turbante! ¡Entrega ya tu corona, que todo va a cambiar! Lo que hoy está arriba,
mañana estará abajo; lo que hoy está abajo, mañana estará arriba. Les juro que
así será.
Voy a destruir esta ciudad, y la dejaré convertida en un
montón de escombros. Todo esto pasará cuando llegue el rey de Babilonia. A él
le he encargado ejecutar la sentencia.
Los amonitas han ofendido a mi pueblo. Pero tú, Ezequiel,
les dirás de mi parte: ¡Ya está lista la espada! Pulida está, para deslumbrar;
Afilada está, para destruir. ¡Ustedes reciben mensajes falsos! ¡Sus adivinos
les dicen mentiras! Ustedes son unos criminales malvados, pero les ha llegado
la hora. ¡Llegó el día de mi castigo, y les cortarán la cabeza! Y tú,
Babilonia, guarda ya la espada en la funda, que ahora voy a jugarte en tu
propio país. Descargaré mi enojo sobre ti y te destruiré por completo, como si
el fuego te consumiera. Dejaré que caigas en manos de gente cruel y sin piedad,
que fue entrenada para destruir. Les prenderán fuego a tus ciudades y las
destruirán por completo; por todo el país correrá sangre, y nadie volverá a
recordarte. Te juro que así será.
Por lo tanto, es urgente que el hombre esté preparado del
conocimiento de Dios para cuando el Señor regrese, que no se deje llevar por
apariencias religiosas ni se dislumbre por cosas superfluas sino
más bien que el hombre esté apegado a sus enseñanzas, las obedezca para que le
vaya bien.
Asimismo, cuando el hombre es útil a Dios es porque El lo ha
elegido, entonces Dios moldea su carácter, lo hace más fuerte para que no pueda ser vencido por
situaciones adversas ni por deseos
engañosos, sino más bien se corrija de
las cosas que hizo mal para que la espada no lo destruya.
El tiempo apremia, es hora
de que el hombre se vuelva a Dios.
Sabes, para Dios todo es posible, lo que hoy está arriba
mañana estará abajo y viceversa, por eso el hombre no debe aferrarse a vivir
bajo su fuerza sino pedirle a Dios que le muestre como dirigir sus pasos pues a
veces se le presentan encrucijadas difíciles de resolver, pero aunado a la mano
de Dios, el hombre puede decidir la opción correcta pues El Señor le dará el
entendimiento necesario para tomar una sabia decisión.
Con Alta Estima,
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