Dios también me dijo: Ezequiel, hombre mortal, declara
culpable a esa ciudad asesina. ¡Echale en cara todas sus repugnante maldades!
Dile de mi parte lo siguiente: ¡Te llegó la hora, ciudad de Jerusalén! ¡Pronto
serás castigada! Has matado a tus
habitantes y te has rebajado al adorar a esos ídolos malolientes que tú
mismo has fabricado. Por eso voy a dejar que todos los pueblos y naciones se
burlen de ti. Te has ganado la fama de ser una ciudad corrupta y llena de
ídolos. Tus gobernantes abusan de su poder y asesinan a cuantos pueden. Tus
habitantes no respetan ni a su padre ni a su madre, oprimen a las viudas y a
los huérfanos, y maltratan a los extranjeros refugiados. Para colmo, no me
adoran en sábado ni respetan los lugares sagrados.
Hay quienes son culpables de la muerte de otros por haberlos
acusado falsamente. Hay también quienes hacen fiestas en honor de los ídolos, y
allí cometen las peores maldades. No faltan los que tienen relaciones sexuales
con la mujer de su prójimo, o tienen relaciones sexuales con su nuera, o violan
a su media hermana. Hay también quienes matan por dinero, y quienes cobran
altos intereses a los que les piden dinero prestado. ¡Por maltratar así a su
prójimo, se han olvidado de mí! Les juro que así es.
Tú, Jerusalén, te has hecho rica injustamente; tus
asesinatos me ponen furioso. Cuando decida castigarte, no tendrás ánimo ni
fuerzas para enfrentarte conmigo. Yo soy tu Dios, y lo que digo lo cumplo. Te
dispersaré por todo el mundo, y así te limpiaré de tus pecados. Por tu culpa,
todas las naciones hablarán mal de mí,
pero al final reconocerás que yo soy el Dios de Israel.
Dios también me dijo: Para mí, los israelitas son como la
basura que queda en el horno después de fundir diferentes metales. Por eso
quiero dejar esto bien claro con ellos: Puesto que son como basura en el horno,
voy a juntarlos dentro de Jerusalén como se juntan dentro del horno los
metales. Estoy tan enojado con ellos que los juntaré, y atizaré el fuego de mi
enojo, y los fundiré en medio de la ciudad como si fueran metal. Así, cuando
haya descargado mi enojo sobre ellos, reconocerán que yo soy el Dios de Israel.
Dios también me dijo: Dale de mi parte el siguiente mensaje a Israel: Eres como
una tierra sucia y castigada por falta de lluvia.
Tus profetas se ponen de
acuerdo para quitarle a la gente sus objetos de valor, y para dejar viudas a
muchas mujeres. ¡Devoran a la gente como leones feroces, que despedazan a su
presa! Tus sacerdotes no respetan mi ley ni nada de lo que para mí es sagrado.
No distinguen entre lo que es mío y lo que es de ellos, ni entre lo que me
gusta y lo que me disgusta. Me desobedecen al no adorarme en sábado, que es mi
día especial. Tus gobernantes siempre están dispuestos a matar y eliminar
gente, con tal de hacerse ricos. ¡Parecen lobos
que despedazan a su presa! Tus profetas creen que pueden engañarme.
Aseguran hablar de parte mía y repetir mis propias palabras, pero es mentira.
Lo único cierto es que yo nunca les he hablado. Los ricos son injustos; roban y
asaltan a los pobres, maltratan a los necesitados y se aprovechan de los
extranjeros refugiados.
Yo he buscado entre ellos a alguien que los defienda;
alguien que se ponga entre ellos y yo, y que
los proteja como una muralla; alguien que me ruegue por
ellos para que no los destruya. Pero no he encontrado a nadie. Por eso voy a
descargar sobre ellos mi enojo; voy a consumirlos por completo con el fuego de
mi ira. ¡Me las pagarán por todo el mal que han hecho! Les juro que así será.
Aquí puedes darte cuenta que el ser humano se ha alejado de
Dios y, por lo tanto vive atraído por la idolatría, por el materialismo
excesivo tan demandante en una sociedad consumista
como la actual que afecta el entorno en que el hombre se desenvuelve, pues los
distractores se diseminan a todos los niveles sociales y el hombre pierde su
esencia y se convierte como un objeto pues lo lleva a la superfluidad, ha perdido los valores morales, sobretodo, el respeto ya no existe, tanto con los propios padres como
con los lugares sagrados; se levantan falsos testimonios entre unos y otros, se
da un desenfreno tan grande en las relaciones interpersonales que ignoran los
parentescos pisoteando las enseñanzas de Dios y, por consiguiente no distinguen
entre lo que es de Dios y lo que es de los hombres, ni entre lo que le agrada a
Dios y lo que le disgusta.
No obstante, es ¡urgente! que el hombre tome conciencia y
reflexione constantemente de que actúa
de forma irrelevante, renueve su mente y
busque a Dios, que se arrepienta y enderece su camino, entonces Dios le
limpiará de sus pecados y así evitará que
la ira de Dios lo destruya.
Con Alta Estima,
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