Habían pasado once años desde que llegamos presos a
Babilonia. El día primero del mes de Siván, Dios me dijo: Ezequiel, hombre
mortal, diles de mi parte al rey de Egipto y a toda su gente: ¡Tu grandeza es
incomparable! Pareces un cedro del Líbano, cubierto de abundantes ramas. ¡Con
ellas tocas el cielo! La lluvia y el agua del suelo te han hecho crecer; los
ríos que te rodean te riegan con sus corrientes, como a los árboles del bosque.
Eres el árbol más alto; con ramas altas y abundantes, pues
tienen agua en abundancia. A ti vienen todas las naciones en busca de
protección; se parecen a los pájaros: hacen nidos en tus ramas; son como los
animales salvajes: buscan la protección de tu sombra.
¡Tu grandeza es impresionante! Eres como un árbol de grandes ramas y
profundas raíces, regado con agua abundante. No hay en todo el paraíso un solo
cedro igual a ti. Tampoco hay un solo pino con ramas como las tuyas, ni un
castaño con tantas hojas. ¡No hay en todo el paraíso un solo árbol tan hermoso
como tú! Todos los árboles de mi jardín te ven y sienten envidia, porque yo te
hice muy hermoso y te di abundantes ramas.
Yo soy el Dios de Israel, y quiero que sepas una cosa: Has
llegado a ser como un árbol muy alto. Con la punta de tus ramas puedes tocar el
cielo. Por eso te has llenado de orgullo. Por eso también te he rechazado. Voy
a dejarte caer bajo el poder de otro rey, que te castigará como merece tu
maldad. Gente de naciones violentas te echará abajo y te dejará abandonado. Tus
ramas caerán por los valles, las montañas y los ríos del país. Todos los
pueblos que buscaban la protección de tu sombra huirán y te dejarán abandonado.
Tus ramas caerán por los valles, las montañas y los ríos del país. Todos los
pueblos que buscaban la protección de tu sombra huirán y te dejarán abandonado.
Cuando caigas, las aves del cielo harán su nido en tu tronco, y los animales
salvajes pisotearán tus ramas.
De ahora en adelante, ningún árbol crecerá tan alto ni
volverá a tocar el cielo con sus ramas. Aunque esté bien regado y crezca junto
a muchos ríos, al final caerá a lo más profundo de la tierra. ¡Morirá como
mueren todos! Yo soy el Dios de Israel, y quiero que sepas una cosa: El día que mueras y caigas hasta el fondo de
la tumba, haré que el mar profundo se quede seco, y que los ríos y los arroyos
dejen de correr. ¡Todos los árboles del campo, y hasta las montañas del Líbano
se marchitarán de tristeza!
Cuando llegue ese día, será tan fuerte tu caída que, al oír
el ruido, las naciones temblarán de miedo. Allí, en lo más profundo de la
tierra, los árboles de mi jardín
lanzarán un suspiro de alivio, lo mismo que los árboles más bellos de
los bosques del Líbano. Y todos sus aliados, los que buscaron su protección,
morirán y bajarán contigo a la tumba, como los que mueren en batalla.
No había en todo el paraíso un solo árbol, que pudiera
compararse contigo. No había nadie que tuviera tu grandeza y hermosura. Sin
embargo, caerás a lo más profundo de la tierra, junto con los demás árboles de
mi jardín. Allí quedarás tendido. ¡Morirás como mueren en batalla los que no
creen en mí! En este ejemplo, tú, rey de Egipto, eres el árbol, junto con todo
tu pueblo. Te juro que así es.
Aquí puedes darte cuenta, que Dios lo sabe todo, posee una
grandeza incomparable, sólo El puede dejar que el hombre crezca hasta el nivel
de conocimiento que El sabe que es necesario para su crecimiento espiritual y alcance
un grado de belleza que los que están a su alrededor les causa envidia. No
obstante, es tan grande el nivel de hermosura que el hombre se vuelve
orgulloso, soberbio, pero sabes, Dios no permite que el hombre infle su ego y
entonces El lo rechaza y lo abandona, lo que significa que el hombre queda
expuesto y ya no estará bajo su cobertura.
Por lo tanto, es esencial que el hombre tome control de sus
emociones, que muera a su “yo” desarrolle
el dominio propio, se apegue a la
Palabra y obedezca a sus mandatos para que el hombre le muestre a Dios su amor
y su fe en El.
Con Alta Estima,
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