Habían pasado siete años desde que habíamos sido llevados
presos a Babilonia. El día diez del mes de Ab de ese año, algunos de los jefes
de Israel vinieron a verme para consultar a Dios. En cuanto se sentaron delante
de mí, Dios me dijo: Ezequiel, hombre mortal, habla con los jefes de Israel y
darles de mi parte el siguiente mensaje: Ustedes vienen a consultarme, para que
les diga lo que deben hacer. Pero les
juro que no les diré nada. Yo soy el Dios de Israel, y cumpliré mi palabra. Lo
mejor será que tú te encargues de juzgarlos y les hagas ver lo mal que se portaron
sus antepasados. Diles de mi parte lo que voy a contarte: El día que yo elegí a
Israel, le juré seriamente que yo sería el Dios de sus descendientes. Luego me
di a conocer a ellos en Egipto, y les repetí mi juramento. Les dije que yo soy
su Dios. Ese mismo día les prometí sacarlos de Egipto y llevarlos al país que
yo mismo había buscado para ellos, ¡una tierra muy bella y fértil, donde
siempre hay abundancia de alimentos! A todos ellos les ordené que tiraran los
ídolos odiosos que tanto querían, y que no tuvieran nada que ver con los malolientes
ídolos egipcios, porque el Dios de Israel soy yo.
Pero ellos fueron rebeldes y no me obedecieron. Ninguno de
ellos tiró sus odiosos ídolos, ni renunció a los malolientes ídolos egipcios.
Yo estaba tan enojado que, para desahogarme, quise castigarlos allí en Egipto.
Si no lo hice, fue por respeto a mí mismo y para que no hablaran mal de mí los
pueblos entre los cuales vivían los israelitas. Y es que yo me di a conocer a
los israelitas, y los saqué de Egipto, en presencia de esos pueblos. Fue
entonces cuando los llevé al desierto. Allí les di todos mis mandamientos, que
dan vida a quienes los obedecen. También les dije que el día sábado me
pertenece, y que en ese día debían adorarme. Así reconocerían que yo soy su
Dios. Pero ellos se rebelaron contra mí allá en el desierto; no obedecieron mis
mandamientos, que dan vida a quienes los obedecen, ni me adoraron el día
sábado.
Yo estaba tan enojado que, para desahogarme, quise acabar
con ellos en el desierto. Si no lo hice, fue por respeto a mí mismo y para que
no hablarán mal de mí los pueblos entre los cuales vivían los israelitas. Y es
que yo me di a conocer a los israelitas, y los saqué de Egipto, en presencia de
esos pueblos. Fue entonces cuando los llevé al desierto. Allí les di todos mis
mandamientos, que dan vida a quienes los obedecen. También les dije que el día
sábado me pertenece, y que en ese día debían adorarme. Así reconocerían que yo
soy su Dios. Pero ellos se rebelaron contra mí allá en el desierto; no
obedecieron mis mandamientos, que dan vida a quienes los obedecen, ni me
adoraron el día sábado.
Yo estaba tan enojado que, para desahogarme, quise acabar
con ellos en el desierto. Si no lo hice, fue por respeto a mí mismo, y para que
no hablaran mal de mí los pueblos que me vieron sacarlos de Egipto. También
allí, en el desierto, les juré seriamente que no los llevaría a la tierra que
les había dado, esa tierra bella y fértil, donde siempre hay abundancia de
alimentos. Pero ellos, en vez de obedecer mis mandamientos, los rechazaron; en
vez de adorarme el día sábado, siguiente adorando a sus ídolos malolientes. A
pesar de todo, yo les tuve compasión y no los destruí en el desierto; pero a
sus hijos les advertí que no siguieran el mal ejemplo de sus padres, ni
tuvieran nada que ver con sus ídolos malolientes.
Yo soy el Dios de Israel. Por eso les pedí que obedecieran
todos mis mandamientos, y que me adoraran el día sábado, como señal de que me
reconocían como su Dios. Sin embargo, ellos fueron rebeldes. No obedecieron mis
mandamientos, que dan vida a quienes lo obedecen, ni me adoraron el día sábado.
Yo estaba tan enojado que, para desahogarme, allí en el
desierto quise acabar con ellos. Si no lo hice, fue por respeto a mí mismo, y
para que no hablaran mal de mí los pueblos que me vieron sacarlos de Egipto.
También allí, en el desierto, les juré seriamente que los dispersaría por todas
las naciones del mundo, porque ellos no obedecieron mis mandamientos ni me
adoraron el día sábado, sino que siguieron adorando a los ídolos malolientes
que adoraron sus antepasados.
Llegué al extremo de dejarlos seguir leyes que no eran
buenas y mandamientos que no les daban vida. Dejé que presentaran a sus hijos
mayores como ofrenda a sus ídolos. Lo hice para luego rechazarlos y ver si así
se llenaban de horror y reconocían que yo soy su Dios. Por todo esto, habla con
los israelitas y diles de mi parte lo siguiente: También los antepasados de
ustedes me ofendieron con su infidelidad. Cuando yo les entregué la tierra que
había prometido darles, ellos hicieron pequeños templos en lo alto de los
cerros y bajo la sombra de los árboles, y allí presentaron toda clase de
ofrendas a los dioses falsos. Yo les pregunté: ¿Por qué adoran ídolos en esos
pequeños templos en lo alto de los cerros?
Por eso, dales de mi parte el siguiente mensaje a los
israelitas: Ustedes siguen el mal ejemplo de sus antepasados. Ya no puedo
recibir sus cultos con agrado, pues ustedes se han relacionado con esos ídolos
odiosos. Ustedes siguen presentando a sus hijos como ofrendas quemadas en honor
de sus ídolos malolientes. ¿Y todavía esperan que yo les dé mensajes cuando
vienen a consultarme? Pues les juro que no les daré ninguna respuesta. Yo soy
el Dios de Israel.
Ustedes quieren ser como las demás naciones de la tierra,
que adoran a ídolos hechos de palo y de piedra, pero yo les juro que nunca
sucederá. Yo soy el Dios de Israel.
Ustedes, israelitas van a conocer mi enojo y mi gran poder.
Yo los reuniré de entre los pueblos y naciones donde ahora están dispersos, y
seré su rey. Así como en el desierto de Egipto castigué a sus antepasados, así
también los castigaré a ustedes. Los llevaré al desierto, lejos de todos los
pueblos, y yo mismo los castigaré. Yo soy el Dios de Israel, y cumpliré mi
palabra.
Así como los pastores apartan sus ovejas de las que no son
suyas, yo elegiré uno por uno a los que formarán mi pueblo. Haré un pacto con
ustedes, y los sacaré del país donde ahora viven como extranjeros. Pero pondré
aparte a los rebeldes que no me obedezcan, y ellos no volverán a la tierra de
Israel. Entonces ustedes reconocerán que yo soy el Dios de Israel.
¡Israelitas! Yo soy su Dios. Si no quieren obedecerme,
¡entonces sigan adorando a sus ídolos malolientes! Pero llegará el día en que
tendrán que obedecerme y no dejaré que me falten al respeto presentando esas
ofrendas a sus ídolos. Delante de todas las naciones les mostraré que soy
diferente. Yo los sacaré de entre todos los pueblos y naciones donde ahora
andan dispersos. Los reuniré de nuevo en Israel, tierra que juré dar a sus
antepasados, y me adorarán en mi montaña santa, que es la montaña más alta de
Israel. Allí recibiré todas las ofrendas que ustedes quieran presentarme, y
ustedes serán para mí tan agradables como el aroma del incienso. Entonces
reconocerán que yo soy el Dios de Israel, y que yo cumplo mi palabra.
Israelitas, ustedes han sido malvados y corruptos, pero no
los castigaré como se merecen. ¡Voy a tratarlos bien sólo por honor a mí mismo.
Y cuando ustedes se acuerden de su mala conducta y de todas las malas acciones
por las que los rechacé, sentirán asco de ustedes mismos. Entonces reconocerán
que yo soy el Dios de Israel, y que cumplo mi palabra.
Dios también me dijo: Ezequiel, dirige la mirada hacia el
sur, y dale a Jerusalén este mensaje de mi parte: Jerusalén, voy a prenderte
fuego. Destruiré a todos tus habitantes, y no dejaré a ninguno con vida. El
fuego se extenderá de sur a norte, y acabará con todos a su paso. ¡Nadie podrá
apagar ese incendio! Todo el mundo se dará cuenta entonces de que el fuego que
Dios enciende, nadie puede apagarlo. Yo me quejé con Dios y le dije: ¡Ay, Dios
mío! ¡La gente dice que yo sólo hablo por hablar!
Por lo tanto, sería bueno que el hombre reflexione y se
pregunte, ¿si quiere ser agradable a Dios como el aroma del incienso? Porque puedes
darte cuenta que el hombre consulta a
Dios y le pregunta que debe hacer, y Dios le ordena que se aparte de la
idolatría, pero el hombre sigue siendo rebelde y no obedece los mandatos del
Señor. En la sociedad actual, que vive bajo un materialismo, una sociedad
consumista que induce al hombre a no sólo satisfacer necesidades esenciales
sino que vive con excesos por no desarrollar una conciencia firme y discernir
lo que es correcto, conduce al hombre a la autodestrucción de sí mismo.
La paradoja, es que el hombre consulta a Dios pero se rebela
y no obedece sus enseñanzas ni respeta el día sábado para adorarle, y entonces,
Dios le hace pasar por pruebas, por circunstancias difíciles para que sea su
hombre exterior sea quebrantado y se apegue a sus mandamientos que les ha dado
para que le dé vida; pero lo hermoso de Dios es que a pesar de todo, Dios es
compasivo con el hombre que se arrepiente verdaderamente y le perdona sus
faltas, y que además, con una mente
renovada se enmienda de sus errores pasados, y con una nueva vida, obedece y vive bajo los
principios de Dios para ser ejemplo a sus generaciones.
Ahora bien, la mayoría de las veces el hombre no muestra su
fidelidad a Dios y no agradece toda su bondad, vive alejado de Dios cuando su
sustento espiritual debe ser su Palabra, como alimento diario que le da
vitalidad, renovando sus pensamientos y dándole un corazón dispuesto a amarle y
honrarle, para la gloria de Dios. Por lo que, es prioridad que el hombre cambie pues Dios
elige a todo aquel que formará parte de su pueblo, que el hombre sea diligente,
útil y sobretodo, obediente para estar entre sus escogidos con los cuales Dios
haría un pacto.
No obstante, es tiempo de que el hombre se vuelva a Dios,
que cambie su conducta y no sea desechado y espere a que Dios encienda el fuego
pues nadie puede apagarlo.
Con Alta Estima,
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