Dios también me dijo:
Dedica este lamento a la ciudad de Tiro por su destrucción. Dale este mensaje
de parte del Dios de Israel: Tú, ciudad de Tiro, te creías bella y perfecta; te
aprovechaste de estar junto al mar para comerciar con muchos países.
Ciertamente, dominabas los mares. Tenías la belleza de un barco bien
construido. Tu casco lo hicieron con pinos del monte Senir; tu palo mayor fue
labrado en cedro del monte Líbano. Tus remos están de roble, fina madera del
monte de Basán. Las tablas de tu cubierta eran de ciprés traído de Chipre.
Todas ellas estaban adornadas con incrustaciones de marfil. Tus velas te
servían de bandera, y eran de fino bordado egipcio. Tus toldos, de tela roja y
morada, los trajeron de las costas de Elisá.
Contabas con una tripulación experta. Tenías los mejores
capitanes y marinos; gente de Tiro,
Arvad y Sidón. Tus daños los reparaban expertos carpinteros de Guebal.
Marineros de todas partes hacían negocios en tus puertos. Tu ejército estaba
formado por gente de Persia, Lidia y Libia; cuando te adornaban con sus armas,
hacían que te vieras muy hermosa. Soldados de Arvad y de Gamad defendían tus
murallas con la ayuda de tu ejército. Todo el tiempo vigilaban tus torres, y
cuando colgaban sus escudos a lo largo de tus murallas, hacían que te vieras
más hermosa.
Tú, ciudad de Tiro, eras tan rica que la gente de Tarsis
venía para hacer negocios contigo. Tu mercancía la pagaban con plata, plomo,
hierro y estaño. También los comerciantes de Grecia, Tubal y Mésec compraban
tus mercancías, y te pagaban con esclavos y con utensilios de bronce. La gente
de Bet-togarmá te pagaba con finos caballos para montar, y con caballos y mulas
para el trabajo. También hacías negocios con los comerciantes de Dedán y de
otros puertos lejanos, los cuales te pagaban con marfil y con madera de ébano.
Tus mercancías eran tan variadas, y tu riqueza tan grande,
que hasta los sirios comerciaban contigo, y te pagaban con piedras preciosas y
telas muy finas. También Israel y Judá te compraban mercancía, y te pagaban con
su mejor trigo, y con pasteles, miel, aceite de oliva y especias aromáticas.
Damasco te pagaba con vino de Helbón y con lana de Sahar. Los comerciantes de
Dan y los griegos te traían de Uzal hierro forjado y especias aromáticas.
La gente de Dedán te pagaba con sillas de montar. Los de
Arabia y todos los príncipes de Quedar te pagaban con corderos, chivos y
carneros. Tus clientes de Sabá y Raamá te pagaban con finos perfumes, y con oro
y piedras preciosas. Entre tus clientes estaban también los comerciantes de
Harán, Cané, Edén. Sabá, Asiria y Media; ellos te vendían telas finas, mantos
bordados de color púrpura, tapices de muchos colores y fuertes cuerdas
trenzadas. ¡Las naves de Tarsis transportaban tus mercancías!
Tú, ciudad de Tiro, parecías un barco en alta mar cuando va
cargado de riquezas. Pero tus marinos te llevaron por los mares más profundos,
y allí te hizo pedazos el fuerte viento del este. ¡Al fondo del mar se fueron
tus mercancías y tus productos! El día que te hundiste, se fueron tus mercancías
y tus productos! El día que te hundiste, se fueron al fondo del mar todas tus
riquezas, tus marineros y tus capitanes, tus carpinteros y tus comerciantes,
tus soldados y tus pasajeros.
Tus capitanes pedían ayuda, y temblaba la gente de las
costas; los marineros se lanzaron al agua, y bajaron a tierra junto con los
capitanes. Sus gritos eran desesperados; amargamente lloraban por ti, se
pusieron ropa de luto, y de muchas otras maneras mostraron su dolor. Entonaron
por ti un lamento, y exclamaron con gran tristeza: ¡Ay, ciudad incomparable,
ahora estás en el fondo del mar!
Cuando bajaban de los barcos las mercancías que vendías, las
naciones quedaban satisfechas; con tus riquezas y abundantes productos se
enriquecían los reyes del mundo. Pero te hundiste en el océano; ya descansas en
el fondo del mar. ¡Y contigo se hundieron también tus mercancías y tus
pasajeros! Esto que te ha sucedido hace que tiemble de miedo la gente que vive
en las costas. Sus reyes están
espantados; en la cara se les nota el terror. Los comerciantes de otras
naciones te lanzan silbidos de burla. ¡Eres motivo de espanto porque has dejado
de existir.
Aquí puedes darte cuenta que las riquezas materiales
conlleva la mayoría de las veces a lograr un progreso económico pero no a que el hombre se
sienta como un dios; lo realmente válido en este mundo adverso es que el hombre
deje de pecar, ponga su vida en las manos de Dios para que todo lo que emprenda lo haga bien
porque Dios quiere que el hombre prospere.
Por lo tanto, lo esencial,
es que el hombre obedezca las enseñanzas de Dios, guarde prudencia y siga sus
lineamientos establecidos por Dios mismo, para que no caiga en el fondo del mar, sino
que el hombre apegado a la Palabra, entone un lamento y tristeza por tanto
pecado, muestre su arrepentimiento, y al hacerlo reconoce al gran Dios de Israel.
Por lo tanto, es tiempo de que el hombre madure, que crezca espiritualmente, pues la belleza y
la perfección sólo la da Jesucristo pero
sabes es un proceso de toda su existencia en esta tierra.
Con Alta Estima.
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