martes, 30 de junio de 2015

No permitas que nadie contradiga la buena enseñanza que recibiste


Querido hijo Timoteo: Te envío mis saludos, y de todo corazón les pido a Dios Padre y a Jesucristo nuestro Señor que te llenen de amor, te ayuden en todo, y te den su paz.
Como te dije antes, soy apóstol de Cristo. Dios me envió a comunicar su mensaje, y me prometió la vida eterna por medio de Cristo Jesús.

Mis familiares y yo hemos servido a Dios, y nadie puede acusarnos de nada malo. Siempre que oro, ya sea de día o de noche, te recuerdo y doy gracias a Dios por ti. Cada vez que me acuerdo de cómo lloraste y te pusiste triste, me dan más ganas de verte. ¡Cómo me alegraría eso! Tu abuela Loida y tu madre Eunice confiaron sinceramente en Dios; y cuando me acuerdo de ti, me siento seguro de que también tú tienes esa misma confianza.

Por eso te recomiendo que no dejes de usar esa capacidad especial que Dios te dio cuando puse mis manos sobre tu cabeza. Porque el Espíritu de Dios no nos hace cobardes. Al contrario, nos da poder para amar a los demás, y nos fortalece para que podamos vivir una buena vida cristiana.

Por lo tanto, no te avergüences de hablar bien de nuestro Señor Jesús. Tampoco te avergüences de mí, que estoy preso por servir a Jesucristo. Al contrario, tienes que estar dispuesto a sufrir por anunciar la buena noticia. ¡Ya Dios te dará las fuerzas necesarias para soportar el sufrimiento!

Dios nos salvó y nos eligió para que seamos parte de su pueblo santo. No hicimos nada para merecerlo, sino que Dios, por su gran amor, así lo planeó. Dios ya nos amaba desde antes de crear el mundo, pues desde entonces pertenecíamos a Cristo Jesús. Dios nos mostró ese gran amor por medio de lo que Jesucristo nuestro Salvador hizo por nosotros. Porque él destruyó a la muerte y, por medio de la buena noticia, nos ha dado la vida eterna.

Dios me nombró apóstol para anunciar y enseñar a las naciones la buena noticia. Por eso mismo estoy sufriendo ahora. Pero no me avergüenzo de lo que me pasa, porque yo sé bien en quien he puesto mi confianza. Estoy seguro de que él tiene poder para hacer que la buena noticia se siga anunciando hasta que llegue el fin del mundo. Las enseñanzas que te he dado son un buen ejemplo de lo que debes hacer. No dejes de confiar en Dios y en el amor que tenemos por estar unidos a Jesucristo. No permitas que nadie contradiga la buena enseñanza que recibiste. Dios te ha encargado ese trabajo, y el Espíritu Santo te ayudará a hacerlo.

Seguramente ya sabes que todos los cristianos de la provincia de Asia me abandonaron. ¡Hasta Figelo y Hemógenes me dejaron solo!

Le pido a Dios que sea bueno con la familia de Onesíforo  y la ayude. El me animó muchas veces, y no se avergonzó de que yo estuviera en la cárcel. Al contrario, tan pronto llegó a Roma, me buscó por todas partes, hasta que me encontró. Espero que el Señor Jesús lo trate con bondad el día en que Dios juzgará a todo el mundo. Como sabes, Onesíforo nos fue de gran ayuda en la ciudad de Efeso.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre que acepta a Jesucristo en su vida está lleno de su amor y puede vivir en paz.

Por tanto, lo fundamental es que el hombre con sinceridad confíe en Dios y el Espíritu de Dios le da poder al hombre para vivir una buena vida cristiana y ser parte de su pueblo santo.

No obstante, el hombre fiel que sigue las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo debe estar consciente de que al anunciar la buena noticia, Dios le dará la fuerza necesaria para soportar el sufrimiento.

Ahora bien, el hombre debe entender que Dios en su gran amor planeó que el hombre fuera parte de su pueblo y lo demostró al enviar a su Hijo Jesús al mundo y murió en la cruz y resucitó de entre los muertos para darnos una nueva vida.

Así pues, lo esencial es que el hombre no contradiga la buena enseñanza de Jesús, pues son un buen ejemplo de lo que el hombre debe hacer y el Espíritu Santo le ayudará a hacerlo.


Con Alta Estima,

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