Querido hijo Timoteo:
Te envío mis saludos, y de todo corazón les pido a Dios Padre y a Jesucristo
nuestro Señor que te llenen de amor, te ayuden en todo, y te den su paz.
Como te dije antes,
soy apóstol de Cristo. Dios me envió a comunicar su mensaje, y me prometió la
vida eterna por medio de Cristo Jesús.
Mis familiares y yo
hemos servido a Dios, y nadie puede acusarnos de nada malo. Siempre que oro, ya
sea de día o de noche, te recuerdo y doy gracias a Dios por ti. Cada vez que me
acuerdo de cómo lloraste y te pusiste triste, me dan más ganas de verte. ¡Cómo
me alegraría eso! Tu abuela Loida y tu madre Eunice confiaron sinceramente en
Dios; y cuando me acuerdo de ti, me siento seguro de que también tú tienes esa
misma confianza.
Por eso te recomiendo
que no dejes de usar esa capacidad especial que Dios te dio cuando puse mis
manos sobre tu cabeza. Porque el Espíritu de Dios no nos hace cobardes. Al
contrario, nos da poder para amar a los demás, y nos fortalece para que podamos
vivir una buena vida cristiana.
Por lo tanto, no te
avergüences de hablar bien de nuestro Señor Jesús. Tampoco te avergüences de
mí, que estoy preso por servir a Jesucristo. Al contrario, tienes que estar
dispuesto a sufrir por anunciar la buena noticia. ¡Ya Dios te dará las fuerzas necesarias
para soportar el sufrimiento!
Dios nos salvó y nos
eligió para que seamos parte de su pueblo santo. No hicimos nada para
merecerlo, sino que Dios, por su gran amor, así lo planeó. Dios ya nos amaba
desde antes de crear el mundo, pues desde entonces pertenecíamos a Cristo
Jesús. Dios nos mostró ese gran amor por medio de lo que Jesucristo nuestro
Salvador hizo por nosotros. Porque él destruyó a la muerte y, por medio de la
buena noticia, nos ha dado la vida eterna.
Dios me nombró
apóstol para anunciar y enseñar a las naciones la buena noticia. Por eso mismo
estoy sufriendo ahora. Pero no me avergüenzo de lo que me pasa, porque yo sé
bien en quien he puesto mi confianza. Estoy seguro de que él tiene poder para
hacer que la buena noticia se siga anunciando hasta que llegue el fin del
mundo. Las enseñanzas que te he dado son un buen ejemplo de lo que debes hacer.
No dejes de confiar en Dios y en el amor que tenemos por estar unidos a
Jesucristo. No permitas que nadie contradiga la buena enseñanza que recibiste.
Dios te ha encargado ese trabajo, y el Espíritu Santo te ayudará a hacerlo.
Seguramente ya sabes
que todos los cristianos de la provincia de Asia me abandonaron. ¡Hasta Figelo
y Hemógenes me dejaron solo!
Le pido a Dios que
sea bueno con la familia de Onesíforo y
la ayude. El me animó muchas veces, y no se avergonzó de que yo estuviera en la
cárcel. Al contrario, tan pronto llegó a Roma, me buscó por todas partes, hasta
que me encontró. Espero que el Señor Jesús lo trate con bondad el día en que Dios
juzgará a todo el mundo. Como sabes, Onesíforo nos fue de gran ayuda en la
ciudad de Efeso.
Aquí puedes darte
cuenta que el hombre que acepta a Jesucristo en su vida está lleno de su amor y
puede vivir en paz.
Por tanto, lo
fundamental es que el hombre con sinceridad confíe en Dios y el Espíritu de
Dios le da poder al hombre para vivir una buena vida cristiana y ser parte de
su pueblo santo.
No obstante, el
hombre fiel que sigue las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo debe estar
consciente de que al anunciar la buena noticia, Dios le dará la fuerza
necesaria para soportar el sufrimiento.
Ahora bien, el hombre
debe entender que Dios en su gran amor planeó que el hombre fuera parte de su
pueblo y lo demostró al enviar a su Hijo Jesús al mundo y murió en la cruz y resucitó
de entre los muertos para darnos una nueva vida.
Así pues, lo esencial
es que el hombre no contradiga la buena enseñanza de Jesús, pues son un buen
ejemplo de lo que el hombre debe hacer y el Espíritu Santo le ayudará a
hacerlo.
Con Alta Estima,
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