Querido Timoteo: Te
envío mis saludos. Yo, Pablo, soy
apóstol de Jesucristo, pues Dios nuestro Salvador y Cristo Jesús, nuestra
esperanza, me enviaron a comunicar su mensaje.
Para mí, tú eres como
un hijo. Por eso les pido a Dios nuestro Padre y a Jesucristo nuestro Señor,
que te amen mucho, que te ayuden en todo, y que te den su paz.
Cuando me fui a la
región de Macedonia, le pedí que te quedaras en la ciudad de Efeso. Y ahora te
lo vuelvo a pedir. Allí hay ciertas personas que imparten enseñanzas falsas.
Ordénales que no lo hagan más. Diles que no pierdan el tiempo estudiando
historias falsas y las interminables listas de sus antepasados. Los que se
interesan en esas cosas discuten por nada, y eso no los ayuda a conocer los
planes de Dios. Esos planes sólo podemos conocerlos si confiamos en él.
Te pido que les
enseñes a amar de verdad. Sólo los que tienen la conciencia tranquila, y
confían sinceramente en Dios, pueden amar así.
Algunos han dejado
esa clase de amor y pierden su tiempo en discusiones tontas. Pretenden ser
maestros de la Ley, y se sienten muy seguros de lo que dicen y enseñan, pero ni
ellos mismos saben de qué están hablando.
Todos sabemos que la
ley es buena, siempre y cuando se use correctamente. También sabemos que las leyes
no se dan para los que hacen lo bueno, sino para los que hacen lo malo. Son
para los rebeldes, los desobedientes, los pecadores y los que no respetan a
Dios ni a la religión.
También son para los que matan a sus semejantes, y hasta
a sus propios padres. Son para los que tienen relaciones sexuales prohibidas y
para los hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres; para los
secuestradores y los mentirosos, y para los que juran decir la verdad pero
luego mienten. En fin, las leyes son para corregir a los que no están de
acuerdo con la correcta enseñanza del maravilloso mensaje que nuestro Dios
bendito me ha encargado enseñar.
Le doy gracias a
nuestro Señor Jesucristo, porque ha confiado en mí y me ha dado fuerzas para
trabajar por él. Antes yo ofendía a Jesucristo, lo perseguía y lo insultaba.
Aun así, el confió en mí. Y es que Dios fue bueno conmigo y me perdonó, pues yo
todavía no creía en Cristo ni sabía lo que estaba haciendo. Nuestro Dios me amó
mucho y me perdonó: por medio de Jesucristo me dio confianza y amor.
Esto es verdad, y
todo deben creerlo: Jesucristo vino a este mundo para salvar a los pecadores
del castigo que merecen, ¡Y yo soy el peor pecador de todos! Pero Dios fue
bueno y me salvó. Así demostró la gran paciencia que Jesucristo tuvo conmigo.
Lo hizo para que otros sigan mi ejemplo, y confíen en Cristo para tener vida
eterna. ¡Alabemos y honremos siempre al Rey eterno, al Dios único e invisible,
que vive por siempre! Amén.
Timoteo, hijo mío,
las cosas que te pido hacer están de acuerdo con las profecías que se dijeron
acerca de ti. Si cumples con ellas, serás como un buen soldado que sabe pelear.
Serás un soldado que confía en Dios, y a quien no se le puede acusar de nada
malo. Algunas personas, como Himeneo y Alejandro, dejaron de confiar en Dios.
Por eso no les permití seguir en la iglesia, para que Satanás haga con ellos lo
que quiera, y así aprendan a no insultar a Dios.
Aquí puedes darte
cuenta que el hombre debe confiar en Dios pues sólo de El viene la paz, y entonces
puede conocer los planes de Dios.
No obstante, es
importante que el hombre aprenda amar verdaderamente, pero es imperante que el
hombre tenga la conciencia tranquila y su confianza en Dios.
Asimismo, es
conveniente que el hombre considere que la ley es buena, pero debe usarse
correctamente, para los que hacen lo malo, los que no están de acuerdo con la
correcta enseñanza.
Por tanto, es
fundamental que el hombre crea la
verdad: que Jesús vino al mundo para redimir al hombre, por eso el hombre debe
cumplir con las enseñanzas y al ser el hombre obediente será un buen soldado
que respeta y confía en Dios.
Con Alta Estima,
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