Así pues, ningún ser humano
puede salvarse de la muerte de sí mismo, su confianza en Dios le ayudará
a no tener temor de los que lo persigan. No obstante, cada persona debe tener
cuidado donde pone su corazón, su mirada no debe estar en las riquezas o en algo que se aferre y que deba dejar en
este mundo, porque si fuera así sería difícil entrar al Reino de Dios.
¡Escúchenme ustedes,
pueblos que habitan este mundo! Y ustedes, gente pobre y humilde; y ustedes,
gente rica y poderosa, ¡préstenme atención! No sólo voy hablarles como habla la
gente sabia, sino que expresaré mis ideas con la mayor inteligencia. Voy a decirles
una adivinanza, y mientras toco el arpa les diré de qué se trata. ¿Por qué voy
a tener miedo cuando lleguen los problemas? ¿Por qué voy a tener miedo cuando
me ataquen mis enemigos? ¡No tengo por qué temerles a esos ricos orgullosos que
confían en sus riquezas! Ninguno de ellos es capaz de salvar a otros; ninguno
de ellos tiene comprada la vida. La vida tiene un precio muy alto: ¡ningún
dinero la puede comprar! No hay quien viva para siempre y nunca llegue a morir.
Mueren los sabios, y mueren los necios. ¡Eso no es nada nuevo! Al fin de
cuentas, sus riquezas pasan a otras manos. Podrán haber tenido tierras, y
haberlas puesto a su nombre, pero su hogar permanente será tan sólo la tumba;
¡de allí no saldrán jamás! Puede alguien ser muy rico, y no vivir para siempre;
al fin le espera la muerte como a cualquier animal. Esto es lo que les espera a
quienes confían en sí mismos; en esto acaban los orgullosos. Su destino final
es el sepulcro; la muerte los va llevando como guía el pastor a sus ovejas. En
cuanto bajen a la tumba, abandonarán sus antiguos dominios. El día de mañana
los justos abrirán sus tumbas y esparcirán sus huesos. ¡Pero a mí, Dios me
librará del poder de la muerte, y me llevará a vivir con él!
Tú no te fijes en los que se hacen ricos y llenan su casa
con lujos, pues cuando se mueran no van a llevarse nada. Mientras estén con
vida, tal vez se sientan contentos y haya quien los felicite por tener tanto
dinero; pero al fin de cuentas no volverán a
ver la luz; morirán como murieron sus padres. Puede alguien ser muy
rico, y jamás imaginarse que al fin le espera la muerte como a cualquier
animal.
Nuestro Dios, el
Dios Supremo, llama a los habitantes de la tierra desde donde sale el sol hasta
donde se pone. Desde la ciudad de Jerusalén, desde la ciudad bella y perfecta.
Dios deja ver su luz. ¡Ya viene nuestro Dios! Pero no viene en silencio:
Delante de él viene un fuego que todo lo destruye; a su alrededor, ruge la
tormenta. Para juzgar a su pueblo, Dios llama como testigos al cielo y a la
tierra. Y declara: Que se pongan a mi lado los que me son fieles, los que han
hecho un pacto conmigo y me ofrecieron un sacrificio. Y el cielo da a conocer
que Dios mismo será el juez, y que su juicio será justo. Dios mismo declara:
Israel, pueblo mío, escúchame, que quiero hablarte. ¡Yo soy tu único Dios y seré
tu acusador! Yo no considero malo que me ofrezcas animales para sacrificarlos
en mi altar; pero no necesito que me ofrezcas los terneros de tu establo, ni
los cabritos de tus corrales, pues yo soy el dueño de los animales del bosque y
del ganado de los cerros. Yo conozco muy bien a todas las aves del cielo, y
siempre tomo en cuenta a los animales más pequeños.
Si yo tuviera hambre, no te pediría de comer, pues soy el
dueño del mundo y de todo cuanto hay en él. ¿Acaso crees que me alimento con la
carne de los toros, y que bebo sangre de carnero? ¡Yo soy el Dios
Altísimo!¡Mejor tráeme ofrendas de gratitud y cúmpleme tus promesas! ¡Llámame
cuando tengas problemas! Yo vendré a salvarte, y tú me darás alabanza. Al
malvado, Dios le dice: Tú no tienes ningún derecho de andar repitiendo mis
leyes, ni de hablar siquiera de mi pacto, pues no quieres que te corrija no
tomas en cuenta mis palabras. Si ves a un ladrón, corres a felicitarlo; con
gente infiel en su matrimonio haces gran amistad. Para hablar mal no tiene
freno tu boca; para decir mentiras se te desata la lengua. A tu propio hermano
lo ofendes, y siempre hablas mal de él.
A pesar de todo eso, he preferido callarme. Pero estás muy equivocado si crees
que soy como tú. Ahora voy a reprenderte: voy a aclararte las cosas. Tú te
olvidas de mí; si no quieres que te despedace, sigue estos consejos; de lo contrario,
no habrá quien te salve. Si de veras quieres honrarme, tráeme ofrendas de
gratitud. Si corriges tu conducta, yo te salvaré.
Sabes, lo esencial es que el hombre de gracias por el
sacrificio de Jesucristo quien dio su vida para salvación de la humanidad, por
quien hay redención y que no se logra con cosas corruptible, Dios merece la
honra , El es tan grande y poderoso que no puedes añadir nada pues El es dueño de todo.
Con Alta Estima,
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