sábado, 21 de septiembre de 2013

¿A dónde mira tu corazón?...

Así pues, ningún ser humano  puede salvarse de la muerte de sí mismo, su confianza en Dios le ayudará a no tener temor de los que lo persigan. No obstante, cada persona debe tener cuidado donde pone su corazón, su mirada no debe estar en las riquezas  o en algo que se aferre y que deba dejar en este mundo, porque si fuera así sería difícil entrar al Reino de Dios.

¡Escúchenme ustedes, pueblos que habitan este mundo! Y ustedes, gente pobre y humilde; y ustedes, gente rica y poderosa, ¡préstenme atención! No sólo voy hablarles como habla la gente sabia, sino que expresaré mis ideas con la mayor inteligencia. Voy a decirles una adivinanza, y mientras toco el arpa les diré de qué se trata. ¿Por qué voy a tener miedo cuando lleguen los problemas? ¿Por qué voy a tener miedo cuando me ataquen mis enemigos? ¡No tengo por qué temerles a esos ricos orgullosos que confían en sus riquezas! Ninguno de ellos es capaz de salvar a otros; ninguno de ellos tiene comprada la vida. La vida tiene un precio muy alto: ¡ningún dinero la puede comprar! No hay quien viva para siempre y nunca llegue a morir. Mueren los sabios, y mueren los necios. ¡Eso no es nada nuevo! Al fin de cuentas, sus riquezas pasan a otras manos. Podrán haber tenido tierras, y haberlas puesto a su nombre, pero su hogar permanente será tan sólo la tumba; ¡de allí no saldrán jamás! Puede alguien ser muy rico, y no vivir para siempre; al fin le espera la muerte como a cualquier animal. Esto es lo que les espera a quienes confían en sí mismos; en esto acaban los orgullosos. Su destino final es el sepulcro; la muerte los va llevando como guía el pastor a sus ovejas. En cuanto bajen a la tumba, abandonarán sus antiguos dominios. El día de mañana los justos abrirán sus tumbas y esparcirán sus huesos. ¡Pero a mí, Dios me librará del poder de la muerte, y me llevará a vivir con él!
Tú no te fijes en los que se hacen ricos y llenan su casa con lujos, pues cuando se mueran no van a llevarse nada. Mientras estén con vida, tal vez se sientan contentos y haya quien los felicite por tener tanto dinero; pero al fin de cuentas no volverán a  ver la luz; morirán como murieron sus padres. Puede alguien ser muy rico, y jamás imaginarse que al fin le espera la muerte como a cualquier animal.

Nuestro Dios, el Dios Supremo, llama a los habitantes de la tierra desde donde sale el sol hasta donde se pone. Desde la ciudad de Jerusalén, desde la ciudad bella y perfecta. Dios deja ver su luz. ¡Ya viene nuestro Dios! Pero no viene en silencio: Delante de él viene un fuego que todo lo destruye; a su alrededor, ruge la tormenta. Para juzgar a su pueblo, Dios llama como testigos al cielo y a la tierra. Y declara: Que se pongan a mi lado los que me son fieles, los que han hecho un pacto conmigo y me ofrecieron un sacrificio. Y el cielo da a conocer que Dios mismo será el juez, y que su juicio será justo. Dios mismo declara: Israel, pueblo mío, escúchame, que quiero hablarte. ¡Yo soy tu único Dios y seré tu acusador! Yo no considero malo que me ofrezcas animales para sacrificarlos en mi altar; pero no necesito que me ofrezcas los terneros de tu establo, ni los cabritos de tus corrales, pues yo soy el dueño de los animales del bosque y del ganado de los cerros. Yo conozco muy bien a todas las aves del cielo, y siempre tomo en cuenta a los animales más pequeños.

Si yo tuviera hambre, no te pediría de comer, pues soy el dueño del mundo y de todo cuanto hay en él. ¿Acaso crees que me alimento con la carne de los toros, y que bebo sangre de carnero? ¡Yo soy el Dios Altísimo!¡Mejor tráeme ofrendas de gratitud y cúmpleme tus promesas! ¡Llámame cuando tengas problemas! Yo vendré a salvarte, y tú me darás alabanza. Al malvado, Dios le dice: Tú no tienes ningún derecho de andar repitiendo mis leyes, ni de hablar siquiera de mi pacto, pues no quieres que te corrija no tomas en cuenta mis palabras. Si ves a un ladrón, corres a felicitarlo; con gente infiel en su matrimonio haces gran amistad. Para hablar mal no tiene freno tu boca; para decir mentiras se te desata la lengua. A tu propio hermano lo ofendes, y siempre hablas  mal de él. A pesar de todo eso, he preferido callarme. Pero estás muy equivocado si crees que soy como tú. Ahora voy a reprenderte: voy a aclararte las cosas. Tú te olvidas de mí; si no quieres que te despedace, sigue estos consejos; de lo contrario, no habrá quien te salve. Si de veras quieres honrarme, tráeme ofrendas de gratitud. Si corriges tu conducta, yo te salvaré.

Sabes, lo esencial es que el hombre de gracias por el sacrificio de Jesucristo quien dio su vida para salvación de la humanidad, por quien hay redención y que no se logra con cosas corruptible, Dios merece la honra , El es tan grande y poderoso que no puedes añadir nada pues El es dueño de todo.

Con Alta Estima,

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