¡Qué mal te va a ir, Jerusalén! Eres una ciudad
desobediente, y maltratas a los demás. ¡Estás llena de pecado! No aceptas
consejos de nadie, ni permites que se te corrija; no me buscas ni confías en
mí.
Tus jefes más importantes parecen leones feroces; tus
gobernantes parecen lobos, que atacan por la noche y no dejan nada para la
mañana. Tus profetas son orgullosos, y no se puede confiar en ellos; tus
sacerdotes ofenden mi santuario y no obedecen mis mandamientos. ¡Esos malvados
no tienen vergüenza!
Yo estoy en ti, Jerusalén, para hacerte bien, no para
hacerte daño. Todos los días te trato con justicia. Yo he destruido naciones, y
he derribado sus torres; ya no hay nadie que camine por sus calles solitarias;
sus ciudades están desiertas, pues no queda un solo habitante.
Todo esto lo hice por ti, Jerusalén: Pensé que así me
obedecerías y no tendría que castigarte. Pero tus habitantes se dieron prisa
para cometer toda clase de maldad. Y ahora, como han actuado así, ya se acerca
el día en que vendré a castigarlos. Yo soy el Dios de Israel, y les juro que
así lo haré. Ya he decidido reunir a las naciones para castigarlas con toda mi
furia. Cuando me enojo, soy como el fuego; ¡Voy a quemar toda la tierra!
Cuando llegue ese día, haré que todos los pueblos hablen
un lenguaje limpio de toda maldad, para que juntos me adoren y puedan
pronunciar mi nombre. Entonces la gente que me adora, y que ahora anda en otros
países, vendrá a presentarme ofrendas desde el país de Etiopía.
Tú, Jerusalén, has sigo muy rebelde; pero no volverás a
quedar en vergüenza. Viene el día en que expulsaré de ti a los que se creen muy
importantes. En ti no habrá lugar para los orgullosos. En tus calles sólo habrá
gente humilde y sencilla, que pondrá en mí su confianza. Los pocos israelitas que
hayan quedado con vida no cometerán ninguna maldad; no mentirán ni engañarán a
nadie, sino que vivirán en paz y sin ningún temor.
Yo, Sofonías, les digo: ¡Canten de alegría, israelitas!
¡Alégrense, habitantes de Jerusalén! No tienen nada que temer, porque Dios, el
rey de Israel, no volverá a castigarlos; ha expulsado a sus enemigos, y va a
vivir en medio de ustedes. En ese día se dirá: No tengas miedo, Jerusalén, ni
pierdas el ánimo, pues tu Dios está contigo y con su poder te salvará. Aunque
no necesita de palabras para demostrarte que te ama, con cantos de alegría te
expresará la felicidad que le haces sentir, como en un día de fiesta.
Dios promete poner fin a la desgracia que ahora sufren y
a la vergüenza que ahora sienten. Este es su mensaje: Cuando llegue ese día,
ayudaré a los indefensos y castigaré a quienes los maltratan. Yo haré que
cambie la suerte de los que ahora andas dispersos, y los haré volver a su
tierra. ¡Esto lo verán ustedes mismos!
Si antes los ofendían, ahora sólo hablarán bien de
ustedes, y la fama de ustedes llegará a todos los países de la tierra. Yo, el
Dios de Israel, juro que así será.
Aquí puedes darte cuenta que el hombre tiende a ser
rebelde, se deja llevar por sus malos deseos y a veces no reflexiona sobre si
su conducta es la correcta ni toma consejos de la Palabra de Dios que transmite
sabiduría para que sea practicada en el diario vivir.
No obstante, el tiempo se acerca y el hombre debe
conducirse apegado a los mandatos de Dios, pues la desobediencia sólo lo lleva
a la autodestrucción, pero sabes, lo importante es que el hombre deje de hacer
lo malo y tome la decisión voluntaria de buscar a Dios, pues sólo creyendo en
El, el hombre podrá ser restaurado y a través
de su Palabra edificará su vida
con un corazón limpio, sin temor pues su confianza está puesta en Dios.
Por lo tanto, es imprescindible que el hombre se
arrepienta verdaderamente y cambie su manera de pensar, que con humildad y
sencillez muestre su arrepentimiento de tanta transgresión que ofende a Dios
para que El pueda habitar en ese corazón contrito, lleno de gozo y alejado de
la maldad.
Con Alta Estima,
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