Así dice nuestro Dios: ¡Pobrecita de ti, capital de
Asiria! ¡Estás llena de asesinos, de mentirosos y ladrones que no se cansan de
robar! ¡Ya se escuchan los látigos y el estruendo de las ruedas! ¡Ya se oye el
galopar de los caballos y el ruido de los carros de guerra! ¡Ya ataca la
caballería, y deslumbran las espadas y las lanzas! ¡No es posible contar los
heridos ni saber cuántos son los muertos! ¡Los cadáveres se amontan! ¡La gente
tropieza con ellos!
Asiria, esto te ha pasado por engañar a los pueblos. Las
naciones se enamoraron de tus dioses y brujerías, y entraron en tratos contigo.
Pero yo estoy en contra tuya, y haré que las naciones y reinos se den cuenta de
lo que en verdad eres. Voy a embarrarte de excremento, y quedarás en vergüenza.
Todos los que te vean se alejarán de ti, diciendo: ¡Asiria estás destruida!
¿Habrá alguien que la consuele? ¿Habrá quién le tenga compasión? Yo soy el Dios
de Israel, y juro que así lo haré.
Nínive, capital de Asiria, que tú no eres mejor que
Tebas. A esa ciudad la protegía el río Nilo. La protección que le brindaban
Etiopía, Egipto, Fut y Libia aumentaba su poder. Pero Tebas fue conquistada. A
sus pobres niños los estrellaron contra el suelo. A la gente importante se la
repartieron en sorteo, y a sus jefes se los llevaron a un país lejano.
También tú, Asiria, te quedarás tambaleando como si
estuvieras borracha. Tratarás de esconderte de tus enemigos, pero no lo
conseguirás. Tus murallas se caerán; serán como higueras cargadas de higos
maduros, que si alguien las sacude, sus higos caen al suelo y la gente se los
come.
El fuego ha quemado tus portones, y el enemigo ya está
por entrar; por eso tus soldados se acobardan. Aunque guardes mucha agua para
resistir el ataque, de nada te servirá. Aunque hagas muchos ladrillos para
reforzar tus murallas, morirás quemada por el fuego y destrozada por la guerra;
el enemigo acabará contigo como una plaga de saltamontes. De nada te servirán
tu fuerza militar y tus muchos soldados.
Tus comerciantes y tus generales son tantos como las
estrellas del cielo, ¡pero en cuanto ven el peligro huyen como saltamontes!
Todos conocemos a estos insectos: en cuanto cambian de piel, vuelan; en un día
frío se paran a calentarse; pero en cuanto sale el sol emprender vuelo y
desparecen.
Rey de Asiria, tú hiciste sufrir a muchas naciones. Pero
ahora van a morir tus generales y tus jefes principales. Tu ejército andará
perdido por los montes, y no habrá quien pueda reunirlo. Tú estás herido de
muerte, y ya nadie podrá sanarte. Todos los que oyen la noticia aplauden de
alegría.
Aquí puedes darte cuenta que el hombre no se aparta de la
maldad, vive engañado, como mentiroso, por lo que es importante que el hombre sea
zarandeado para que reaccione y cambie de actitud, que se apegue a la Palabra
de Dios y su vida sea transformada.
Por lo tanto, es esencial que el hombre huya del peligro,
que ponga su vida en las manos de Dios para que no vuelva a tropezar, pues sólo
asido de su mano puede mantenerse firme en sus convicciones y resistir lo
adverso.
Así pues, el tiempo apremia y el hombre debe caminar
aprisa en busca del camino correcto, que se vuelva a Dios, con una actitud humilde
pida perdón por sus pecados para ser restaurado, y entonces podrá ser sanado.
Con alta Estima,
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