Aquí puedes darte cuenta de que este Salmo resume la
historia de Israel por quien Dios hizo grandes acciones y fijó leyes,
enseñanzas que el ser humano debe obedecer, dar ejemplo de comportamiento y
transmitir a la generación actual y a las venideras las maravillas que Dios
puede realizar.
Pueblo mío,
escucha mis enseñanzas; atiende a mis palabras. Te hablaré por medio de
ejemplos, y te explicaré los misterios del pasado. Son cosas que ya conocemos
pues nuestros padres nos las contaron. Pero nuestros hijos deben conocerlas;
debemos hablarles a nuestros nietos del poder de Dios y de sus grandes
acciones; ¡de las maravillas que puede realizar! Dios fijó una ley permanente
para su pueblo Israel, y a nuestros abuelos les ordenó para que ellos, a su
vez, nos instruyeran a nosotros y a las futuras generaciones que todavía no han
nacido. Así confiaremos en Dios, tendremos presentes sus grandes hechos y
cumpliremos sus mandamientos. Así no seremos rebeldes, como lo fueron nuestros
abuelos; tan malvados eran sus pensamientos que Dios no podía confiar en ellos.
Los israelitas eran buenos guerreros pero se acobardaron y
no entraron en batalla. No cumplieron su compromiso con Dios, ni siguieron sus
enseñanzas. Cuando estaban en Egipto, en la región de Soan, vieron las grandes
maravillas que Dios realizó ante sus ojos, pero no las tomaron en cuenta. Dios
partió el mar en dos, y para que ellos pudieran cruzar, mantuvo las aguas
firmes como paredes. De día, los guiaba con una nube, de noche, los alumbraba
con un fuego. Cuando llegaron al desierto, Dios partió en dos una piedra; ¡de ella hizo que brotaran
verdaderos torrentes de agua, y así apagaron su sed! Pero nuestros abuelos
volvieron a pecar contra Dios: ¡en pleno desierto se pusieron en contra del
Dios altísimo! Se les metió en la cabeza poner a Dios a prueba, y le pidieron
comida a su antojo. Hablaron mal de Dios y hasta llegaron a decir: Aquí en el
desierto Dios no puede darnos de comer.
Es verdad que golpeó una piedra y que hizo
que brotaran grandes torrentes de agua, ¡pero no podrá alimentarnos! ¡No va a
poder darnos carne!
Cuando Dios oyó lo
que decían, se encendió su enojo contra ellos, pues no confiaron en él ni
creyeron que podría ayudarlos. Dios, desde el alto cielo, le dio una orden a
las nubes, y del cielo llovió comida: Dios les dio a comer maná, que es el pan
del cielo. Dios les mandó mucha comida y aunque eran gente insignificante
comieron como los ángeles. Luego, con su poder Dios hizo que desde el cielo
soplaran vientos encontrados. ¡Dios hizo que les lloviera carne como si les
lloviera polvo! ¡Les mandó nubes de pájaros, tantos como la arena del mar! Dios
dejó caer esos pájaros dentro y fuera
del campamento, y la gente se hartó de comer, pues Dios les cumplió su
capricho.
No les duró mucho el gusto; todavía tenían la comida en la
boca cuando Dios se enojó contra ellos. ¡Les quitó la vida a sus hombres más
fuertes! ¡Hirió de muerte a los mejores israelitas! Pero ellos siguieron
pecando; dudaron del poder de Dios. Por esos Dios les quitó la vida; ¡les envió
una desgracia repentina, y acabó con su existencia! Ellos sólo buscaban a Dios
cuando él los castigaba; sólo así se arrepentían y volvían a obedecerlo; sólo
entonces se acordaban del Dios altísimo, su protector y libertador. Nunca le
decían la verdad; nunca le fueron sinceros ni cumplieron fielmente su pacto.
Pero Dios, que es compasivo, les perdonó su maldad y no los destruyó. Más de
una vez refrenó su enojo, pues tomó en cuenta que eran simples seres humanos;
sabía que son como el viento que se va y no vuelve.
Muchas veces, en el desierto, se rebelaron contra Dios y lo
hicieron ponerse triste. Muchas veces lo pusieron a prueba; ¡hicieron enojar al
Santo Dios de Israel! No se acordaron del día cuando Dios, con su poder, los
libró de sus enemigos. Tampoco recordaron los grandes milagros que Dios hizo en
Egipto, cuando convirtió en sangre todos los ríos egipcios, y el agua no se
podía beber. Les mandó moscas y ranas, que todo lo destruían; dejó que los
saltamontes acabaran con todos sus sembrados; destruyó sus viñas con granizo, y
sus higueras, con inundaciones; dejó que los rayos y el granizo acabaran con
sus vacas y sus ovejas. Dios estaba tan enojado que los castigó con dureza; les
mandó todo un ejército de mensajeros de muerte, dio rienda suelta a su enojo y
les mandó un castigo mortal; ¡no les perdonó la vida!
En cada familia egipcia hirió de muerte a los hijos mayores.
Pero a su pueblo lo guió y lo llevó por el desierto, como guía el pastor a sus
ovejas; les dio seguridad para que no tuvieran miedo, pero hizo que a sus
enemigos se los tragara el mar. Dejó que su pueblo ocupara toda la tierra
prometida, la cual ganó con su poder. Conforme avanzaban los israelitas. Dios
echaba fuera a las naciones, y a Israel le entregó las tierras de esos pueblos.
¡Fue así como los israelitas se establecieron allí! Pero pusieron a Dios a
prueba: se opusieron al Dios altísimo y desobedecieron sus mandatos; no eran
dignos de confianza; se portaron igual que sus padres, pues traicionaron a Dios
y no le fueron fieles. Dios se puso muy furioso y rechazó del todo a Israel; se
sintió traicionado pues adoraron a dioses falsos y les construyeron santuarios.
Por eso Dios abandonó Siló, que era donde vivía en este mundo; ¡dejó que el
cofre del pacto, que era el símbolo de su poder, cayera en manos enemigas!
Tanto se enojó con su pueblo que los hizo perder sus batallas.
El fuego acabó con sus muchachos, las novias no tuvieron
fiesta de bodas, sus sacerdotes perdieron la vida, y sus viudas no les
guardaron luto. Pero Dios despertó, como quien despierta de un sueño, y dando
rienda suelta a su furia puso en retirada a sus enemigos; ¡para siempre los
dejó en vergüenza! Se negó a favorecer a los de la tribu de Efraín, pero eligió
a la tribu de Judá y a su amada
Jerusalén. En lo alto del monte
Sión construyó su templo: alto como los cielos, y firma para siempre, como la
tierra. Dios prefirió a David, que era su hombre de confianza, y lo quitó de
cuidar ovejas para que cuidara Israel, que es el pueblo de Dios. Y David fue un
gobernante inteligente y sincero.
Sabes, sería bueno que el ser humano le pida a Dios le quite
el corazón de piedra y le de un corazón de carne para que obedezca la ley de
Dios, cambie sus pensamientos, su manera de vivir. que sea sincero y le muestre al Dios altísimo su amor, que
tenga un propósito en esta vida para que viva por Fe.
Con Alta Estima,
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