sábado, 12 de octubre de 2013

Tú eres nuestra mayor alegría…


Como puedes darte cuenta, el salmista fija su mirada en la gloria de Dios, que a través de la fe de cada persona evidencia de las cosas invisibles que no puedes ver pero que por obedecer a Dios vives una vida diferente y sobrenatural y puedas brillar ante los demás. Sabes, es importante  no rebasar sus límites permitidos, para que él reine  en la vida de cada ser humano, que establezca tu Reino, pues tú Dios mío eres extraordinariamente grande.  

Alabemos a nuestro Dios, con todas nuestras fuerzas! Dios mío tú eres un Dios grandioso cubierto de esplendor y majestad y envuelto en un manto de luz. Extendiste los cielos como una cortina y sobre las aguas del cielo pusiste tu habitación. Las nueves son tus carros de combate; ¡viajas sobre las alas del viento! Los vientos son tus mensajeros; los relámpagos están a tu servicio. Afirmaste la tierra sobre sus bases, y de allí jamás se moverá. Cubriste la tierra con el agua del mar; ¡cubriste por completo la cumbre de los cerros! Pero lo reprendiste, y el mar se retiró; al oír tu voz de trueno, el mar se dio a la fuga. Las aguas subieron a los cerros, y bajaron a los valles, hasta llegar al lugar que les habías señalado. Tú les pusiste límites que jamás deben rebasar, para que nunca más vuelvan a inundar la tierra.

Dios mío, tú dejas que los arroyos corran entre los cerros, y que llenen los ríos; en sus aguas apagan su sed las bestias del campo y los burros salvajes; en las ramas cercanas las  aves del cielo ponen su nido y dejan oír su canto. Dios mío, tú, con tu lluvia, riegas desde el cielo las montañas; tu bondad  satisface a la tierra. Tú haces crecer la hierba para que coma el ganado; también haces crecer las plantas para el bien de toda la gente: el pan, que da fuerzas, el vino, que da alegría, y el perfume, que da belleza. Los cedros del Líbano, árboles que tú mismo plantaste, tienen agua en abundancia. En ellos anidan las aves; en sus ramas habitan las cigüeñas. En las montañas más altas viven las cabras monteses, y entre las rocas se refugian los conejos.
Tú hiciste la luna para medir los meses y le enseñaste al sol a qué hora  debe ocultarse. En cuanto el sol se pone, llega la oscuridad. En la hora en que rondan todos los animales del bosque. A esta hora rugen los leones, y te reclaman su comida. Pero en cuanto sale el sol corren de nuevo a sus cuevas, y allí se quedan dormidos. Entonces nos levantamos para hacer nuestro trabajo, hasta que llega la noche. Dios nuestro, tú has hecho muchas cosas, y todas las hiciste con sabiduría. ¡La tierra entera está llena con todo lo que hiciste! 

Allí está el ancho mar, con sus grandes olas; en él hay muchos animales, grandes y pequeños; ¡es imposible contarlos! Allí navegan los barcos y vive el monstruo del mar, con el que te diviertes. Todos estos animales dependen de ti, y esperan que llegue la hora en que tú lo alimentes. Tú les das, y ellos reciben; abres la mano, y comen de lo mejor. Si les das la espalda, se llenan de miedo; si les quitas el aliento, mueren y se vuelven polvo; pero envías tu espíritu y todo en la tierra cobra nueva vida.

Dios nuestro, ¡que tu poder dure para siempre! ¡qué todo lo que creaste sea para ti fuente de alegría! Cuando miras la tierra, ella se pone a temblar; cuando tocas los cerros, ellos echan humo. Que los pecadores desaparezcan de la tierra, y que los malvados dejen de existir. Dios nuestro, ¡mientras tengamos vida te alabamos y te cantaremos himnos! Recibe con agrado nuestros pensamientos; ¡tú eres nuestra mayor alegría! ¡Alabemos a nuestro Dios, con todas nuestras fuerzas! ¡Sí, alabemos a nuestro Dios!

Que los pensamientos de cada persona sean limpios y que tu presencia esté en cada corazón para alabarte y cantarte himnos.


Con Alta Estima,

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