Cuando Dios castigue a nuestros enemigos, la gente de Judá
entonará esta canción: Tenemos una ciudad muy fuerte; Dios levantó murallas y
fortalezas para protegernos. Abran los portones de Jerusalén, pues por ellos entrará
un pueblo justo y fiel. Dios hará vivir en paz a quienes le son fieles y
confían en él.
Dios es nuestro refugio eterno; ¡confiemos siempre en él!
Dios castiga a los creídos y derrota a la ciudad orgullosa, para que la
pisoteen los humildes y los pobres. Dios nuestro, tu cuidas a la gente buena
para que cumpla tus mandamientos. Por tus enseñanzas aprendemos a vivir; ellas
nos hacen sentirnos seguros. Lo que más deseamos es obedecerte y adorarte. De
día y de noche mi corazón te busca; cuando tú das una orden, todos aprenden a
hacer lo bueno.
Dios nuestro, los malvados no aprenden a ser buenos aunque
se les tenga compasión. Aunque estén entre gente buena, siguen actuando con
maldad y no les importa que seas el Dios todopoderoso. Tú les tienes preparado su
castigo, pero ellos ni siquiera se dan cuenta. ¡Demuéstrales cuánto nos amas,
para que sientan vergüenza! ¡Destrúyelos con tu enojo! Dios nuestro, tú nos
aseguras la paz, y todo lo que hemos logrado ha sido por tu gran poder.
Dios nuestro, aunque otros dioses nos han dominado, tú eres
nuestro único Dios. Esos dioses no tienen vida; son dioses muertos y no se
pueden mover. Tú les diste su merecido, y ahora nadie los recuerda. Tú has
engrandecido nuestra nación. Has extendido nuestras fronteras para dar a conocer
tu fama y tu poder. Cuando nos castigaste, nos volvimos a ti a pesar de nuestro
dolor.
Tu castigo nos hizo sufrir mucho; nuestro dolor fue muy
grande. Pero ese dolor no produjo nada. No le dimos a nuestro país la alegría
de la victoria ni tampoco la alegría de tener muchos hijos. Pero somos tu
pueblo, y aunque estemos destruidos, volveremos a vivir. Tú llenarás de vida y
alegría a esta nación sin vida.
¡Vamos, pueblo mío, entra ya en tu ciudad! Cierra los
portones y espera a que Dios calme su enojo. Dios saldrá de su palacio y
castigará por su maldad a los que habitan la tierra. Los crímenes de los
violentos no quedarán sin castigo.
Así pues, el ser humano que acepta la verdad de las enseñanzas de
Jesús y se esfuerza por ser una mejor persona cada día, es consciente de sus actos pues vive de
acuerdo a las leyes divinas, por lo que siempre será lleno de paz y gozo en su
corazón porque confía en el Señor y no en el hombre, pues al ser obediente el
hombre determina un nuevo modelo de comportamiento, una mayor rectitud en su
proceder, haciendo un compromiso con Dios, de forma que con su ejemplo pueda
ayudar a otros a contender ese modelo en sus vidas y aprende a ser más justo,
pero sabes, alcanzar este modelo que agrada a Dios es una decisión personal.
Con Alta Estima,
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