Isaías anunció: ¡Qué mal le va a ir, Asiria! ¡Tú eres el
destructor de mi pueblo! Cuando acabes de destruirlo, también tú serás
destruido; cuando acabes de traicionarlo, también tú serás traicionado.
Isaías continuó diciendo: Sálvanos, Dios nuestro; ¡ten
compasión de nosotros! Danos fuerzas cada mañana; ¡ayúdanos en momentos
difíciles! Los pueblos huyen al oír tus amenazas; las naciones se dispersan
cuando muestras tu poder. Los enemigos de esos pueblos parecen saltamontes que
se lanzan sobre ellos y les quitan sus riquezas.
Dios nuestro, tú eres el Dios soberano que vive en el cielo.
Has hecho que en Jerusalén haya honestidad y justicia; nos haces vivir seguros;
tu sabiduría y tus conocimientos nos han dado la salvación; ¡el obedecerte es
nuestro tesoro!
Nuestros valientes gritan por las calles; nuestros
mensajeros de paz lloran amargamente. Los caminos están desiertos, nadie
transita por ellos; se han roto los pactos, se rechaza a los testigos, y no hay
respeto por nadie. Todos en el país están tristes; los bosques del Líbano se
han secado y han perdido su color. Todo el valle de Sarón ha quedado hecho un
desierto; la región de Basán y el monte Carmelo han perdido su verdor.
Dios dice: Ahora mismo voy a actuar y demostraré mi poder.
Todos los planes de Asiria son pura paja y basura; pero mi soplo es un fuego
que los quemará por completo. Sus ejércitos arderán como espinas en el fuego, y
quedarán reducidos a cenizas. Ustedes, los que están lejos, miren lo que hice;
y ustedes, los que están cerca, reconozcan mi poder.
En Jerusalén los pecadores tiemblan, los malvados se llenan
de miedo y gritan: No podremos sobrevivir al fuego destructor de Dios; ¡ese
fuego no se apaga y no quedaremos con vida!
Isaías dijo: Sólo vivirá segura la gente que es honesta y
siempre dice la verdad, la que no se enriquece a costa de los demás, la que no
acepta regalos a cambio de hacer favores, la que no se presta a cometer un
crimen, ¡la que ni siquiera se fija en la maldad que otros cometen! Esa gente
tendrá como refugio una fortaleza hecha de rocas; siempre tendrá pan, y jamás
le faltará agua.
Isaías les dijo a los israelitas: Ustedes verán a un rey en
todo su esplendor; verán un país tan grande que parecerá no tener fronteras. Y
cuando se pongan a pensar en el miedo que sentían, dirán: ¿Y dónde han quedado
los que nos cobraban los impuestos? ¿Dónde están los contadores que nos
cobraban tan dinero? Ya no volverán a ver a ese pueblo tan violento, que
hablaba un idioma tan difícil y enredado que nadie podía entender.
Fíjense en mi templo y en la ciudad de Jerusalén: ¡allí
celebraremos nuestras fiestas! Será un lugar tan seguro como una carpa bien
plantada, con estacas bien clavadas y cuerdas que no se rompen. ¡Allí Dios
mostrará su poder! Jerusalén tendrá ríos muy anchos, pero los barcos enemigos
los podrán pasar por allí. Dios es nuestro juez y nuestro rey. ¡Nuestro Dios
nos salvará!
Las naves de Asiria tienen flojas las cuerdas, su mástil
tambalea y no sostiene su bandera. Sus enemigos, y hasta los cojos, les quitan
todas sus riquezas. Pero Dios perdonará los pecados de los habitantes de
Jerusalén. Ninguno de ellos volverá a decir: “Siento que me muero”.
No obstante, el ser humano debe pedir al Dios soberano su
protección, ser honesto y decir la verdad en toda circunstancia, que el hombre no
se preste a corrupción ante la maldad que le rodea, pues lo importante es que se
mantenga firme antes sus convicciones, pero sabes, lo esencial es que el hombre
reconozca el poder de Dios, que se arrepienta de sus pecados para vivir seguro
dependiendo de Dios pues El es el rey y juez del universo.
Con Alta Estima,
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