Dios anunció: Jerusalén, ciudad de David, ¡qué mal te va a
ir! Sigue con tus celebraciones y haz fiesta año tras año, pero yo te pondré en
problemas. Entonces gritarás y llorarás, y la ciudad arderá en llamas, como se queman
los animales que se ofrecen en el altar. Yo te rodearé con mi ejército; pondré
alrededor de ti fortalezas y torres de asalto. Tú serás humillada, quedarás
tirada en el suelo; apenas se oirán tus palabras, tu voz parecerá la de un
fantasma.
Yo, el Dios todopoderoso, castigaré de repente a tus
enemigos. Los castigaré con truenos, con el estruendo de un terremoto, con
incendios, tormentas y tempestades. Los muchos enemigos que te persiguen
quedarán hechos polvo; ¡serán arrastrados como paja! Los ejércitos que atacan a
Jerusalén y quieren derribar sus fortalezas desaparecerán por completo, como la
niebla al salir el sol. Los grandes ejércitos que atacan a Jerusalén, morirán
de hambre y de sed. Soñarán que comen y beben, pero cuando se despierten
tendrán el estómago vacío y la garganta reseca.
Isaías dijo: ¡Ustedes los profetas, sigan actuando como unos
tontos! ¡Sigan como ciegos, sin ver nada! ¡Sigan tambaleándose como borrachos,
aun sin haber tomado vino! Dios ha hecho caer sobre ustedes un sueño muy profundo.
Ustedes los profetas deberían ser los ojos del pueblo, pero son incapaces de
ver nada. Las visiones que reciben de Dios no pueden entenderlas; es como si
quisieran leer el texto de un libro cerrado. Si se les diera ese libro para que
lo leyeran, dirían: No podemos leerlo, porque el libro está cerrado. Mientras
tanto, otros dicen: No podemos leerlo porque no sabemos leer.
Dios le dijo a Isaías: Este pueblo dice que me ama, pero no
me obedece; me rinde culto, pero no es sincero ni lo hace de corazón. Por eso,
voy a hacer cosas tan maravillosas que este pueblo quedará asombrado. Entonces
destruiré la sabiduría de sus hombres sabios y la inteligencia de sus personas
inteligentes.
Isaías dijo: ¡Qué mal les va a ir a los que tratan de
esconderse para que Dios no los vea cuando hacen sus planes malvados! ¡Qué mal
les va a ir a los que andan diciendo: Nadie nos ve, nadie se da cuenta! ¡Pero
eso es un disparate! Es como si el plato de barro quisiera ser igual a quien lo
hizo. Pero no hay un solo objeto que pueda decir a quien lo hizo: ¡Tú no me
hiciste! Tampoco puede decirle: ¡No sabes lo que estás haciendo!
Dentro de muy poco tiempo, el bosque se convertirá en un
campo de cultivo, y el campo de cultivo se parecerá a un bosque. En ese día los
sordos podrán oír cuando alguien les lea en voz alta, y los ciegos podrán ver,
porque para ellos no habrá más oscuridad. Los más pobres y necesitados se
alegrarán en nuestro Santo Dios. Ese día desaparecerán los insolentes, los
orgullosos, y los que sólo piensan en hacer el mal.
Se acabarán los mentirosos que acusan a otros falsamente. Se
acabarán también los que ponen trampas a los jueces y los que con engaños
niegan justicia al inocente. Por eso dice el Dios de Israel, el que rescató a
Abraham: De ahora en adelante, los israelitas no sentirán más vergüenza. Cuando
sus descendientes vean todo lo que hice entre ellos, reconocerán que soy un
Dios santo y me mostrarán su respeto. Los que estaban confundidos aprenderán a
ser sabios; ¡hasta los más testarudos aceptarán mis enseñanzas!
Por lo tanto, el ser humano pedirá a Dios sabiduría y
discernimiento para entender y aceptar su Palabra pero es necesario que el hombre
pase el proceso de confrontación consigo mismo, que reflexione sobre su
proceder, aparte de su lado la aspereza
de su corazón de manera que su mente sea consciente de su “ego” y descubra su
pobreza espiritual pero sabes, Dios ama tanto a la humanidad que hará cosas
maravillosas y entonces el hombre con humildad lo reconocerá como el único Dios
santo y verdadero, le mostrará respeto con
una actitud humilde y con corazón contrito le honrará.
Con Alta Estima,
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