miércoles, 21 de agosto de 2013

El Libro de la Ley...

Sabes, el Libro de la Ley es la Palabra de Dios y es el libro de vida para este tiempo, se ajusta a la realidad pues los mandamientos de Dios que son los mandamientos de Jesucristo son para vida  ya que tiene un valor significativo y trascendental, nos enseña que Dios, el Señor ha creado todas las cosas y que la tierra está llena de su gloria. Sus leyes son sobre toda clase de terrenos, por lo que este libro de la Ley es vital para el ser humano.

Así pues, cuando se terminó de reparar el muro, se colocaron los portones en su lugar y se eligieron los guardias de las entradas, los cantores y los ayudantes de los sacerdotes. A mi hermano Hananí lo nombré gobernador de Jerusalén, a Hananías lo nombre jefe del palacio del rey, porque podía confiar en él, y además respetaba a Dios más que otras personas. Les dije que no debían abrirse los portones de la ciudad antes de la salida del sol, y que debían cerrarse al atardecer, antes de que los guardias se retiraran. Además, les ordené que nombraran guardias de entre los que vivían en Jerusalén, algunos para los puestos de vigilancia y otros para vigilar sus casas.

La ciudad de Jerusalén era grande y extensa, pero había poca gente en ella porque no se habían reconstruido las casas. Entonces Dios me dio la idea de reunir a todos, incluyendo los jefes y asistentes, para hacer una lista de las familias. Yo encontré el libro donde estaban anotados los que habían llegado antes, y en ese libro está escrito lo siguiente: esta es la lista de las personas de la provincia de Judá que volvieron de Babilonia, fueron llevados prisioneros por el rey Nabucodonosor de Babilonia, pero volvieron a Jerusalén y a otros lugares de Judá. Cada uno volvió a su pueblo o ciudad. Los líderes que los ayudaron fueron Zorobabel, Josué, Nehemías, Azarías, Raamías, Nahamaní, Mardoqueo, Bilsán, Mispéret, Bigvai, Nehúm, Baaná. En total regresaron de Babilonia cuarenta y dos mil trescientas sesenta personas, con esa gente vinieron siete mil trescientos treinta y siete sirvientes y sirvientas, además de doscientos cuarenta y cinco cantantes y todos se quedaron a vivir en sus pueblos. Algunos jefes de familia hicieron donaciones para el trabajo de reconstrucción.

Entonces, el primer día del mes de Etanim todo el pueblo se reunió en la plaza, frente a la entrada llamada del Agua. Allí estaban los hombres, las mujeres y todos los niños mayores de doce años. y le pidieron a Esdras, el maestro y sacerdote, que trajera el libro de la Ley, la cual Dios había dado a los israelitas por medio de Moisés, así que Esdras fue y trajo el libro, y lo leyó desde muy temprano hasta el mediodía y todos los que estaban allí escucharon con mucha atención. Esdras estaba de pie sobre una plataforma de madera que se había construido para esa ocasión, de manera que todos podían verlo, entonces Esdras alabó al Dios todopoderoso, y todos, con los brazos en alto, dijeron: ¡Sí, sí, alabado sea Dios!.

Después de esto, los siguientes ayudantes de los sacerdotes ayudaron al pueblo a entender la ley de Dios: Josué, Baní, Serebías, Jamín, Acub, Subtai, Odías, Maaseías, Quelitá, Azarías, Jozabad, Hanán, Pelaías. Ellos leían y traducían con claridad el libro para que el pueblo pudiera entender. Y al oir lo que el libro decía, todos comenzaron a llorar, entonces el gobernador Nehemías, el sacerdote Esdras y los ayudantes le dijeron a la gente: ¡No se pongan tristes! No lloren, porque este día está dedicado a nuestro Dios. Esdras también les dijo: ¡Hagan fiesta! Coman de lo mejor, beban vino dulce, inviten a los que no tengan nada preparado. Hoy es un día dedicado a nuestro Dios, así que ¡Alégrense, que Dios les dará fuerzas!. Así que todos se fueron y organizaron una gran fiesta para celebrar que habían entendido la lectura del libro de la Ley, y todos comieron y bebieron con alegría.

Al segundo día, los jefes de todos los grupos familiares, los sacerdotes y sus ayudantes se reunieron con Esdras para estudiar el libro de la Ley, se dieron cuenta entonces de que Dios había ordenado por medio de Moisés que todos ellos debían vivir en enramadas durante la fiesta religiosa del mes de Etanim y que debían dar a conocer en Jerusalén, y en todos los pueblos vecinos, la siguiente orden: vayan a los cerros a buscar ramas de olivo, de arrayán, de palmeras o de cualquier otro árbol lleno de hojas para que hagan las enramadas que ordena la Ley. Así que la gente salió a buscar ramas, y cada uno construyó con ellas su propia enramada. Todos los que habían vuelto de Babilonia hicieron enramadas y se colocaron debajo de ellas, estaban muy alegres, pues desde la época de Josué hijo de Nun hasta aquel día, los israelitas no habían celebrado esta fiesta, la fiesta duró siete días, y en cada uno de ellos, Esdras leyó el libro de la Ley de Dios. Al octavo día celebraron un culto para adorar a Dios siguiendo las instrucciones del libro de la Ley.

Cierto día, mientras el libro de la Ley de Moisés se leía ante todo el pueblo, nos dimos cuenta de que había una ley que decía así: Jamás se permitirá que los amonitas y los moabitas formen parte del pueblo de Dios. Así que, cuando la gente oyó lo que decía el libro de la Ley, expulsaron de Israel a todos los que se habían mezclado con extranjeros.

Tiempo atrás, el sacerdote Eliasib era el jefe de las bodegas del templo de nuestro Dios, como Tobías el amonita era pariente suyo, Eliasib le había dado permiso para vivir en una habitación grande y allí se guardaban las ofrendas de cereales, el incienso, los utensilio y los diezmos de trigo, vino y aceite y todo esto era para los sacerdotes, sus ayudantes, los cantores y los vigilantes de las entradas. Cuando Eliasib hizo esto yo no estaba en Jerusalén, porque había ido a Babilonia, también me enteré de que a los ayudantes de los sacerdotes no se les habían dado sus alimentos, por lo que ellos y los cantores habían tenido que irse a sus propios campos, entonces reprendí a las autoridades por haber descuidado el templo de Dios, después puse al sacerdote Selemías, al secretario Sadoc y al ayudante Pedaías como jefes de las bodegas, eran hombres de confianza, y se encargarían de hacer una buena distribución de las provisiones a sus compañeros. Luego de hacer eso, le dije a Dios; Dios mí, toma en cuenta esto que acabo de hacer, y no te olvides de todo lo bueno que he hecho por tu templo y por tu culto.

En ese tiempo vi que en Judá, los sábados, algunos hacían vino y llevaban manojos de trigo sobre los burros, cargaban vino, racimos de uvas, higos y toda clase de cargas, y todo eso lo traían a Jerusalén para venderlo, entonces los reprendí por eso. Además, algunos de Tiro que vivían en la ciudad, llevaban pescado y toda clase de productos a Jerusalén, para vendérselos a la gente de Judá, entonces reprendí a los jefes de Judá: ¡Está muy mal lo que hacen! ¡No están respetando el día sábado!, si ustedes no descansan y adoran a Dios el día sábado, él nos castigará aún más. Entonces ordené que los portones de Jerusalén se cerraran en cuanto empezara a anochecer el viernes, y que no se abrieran hasta el anochecer del sábado, puse a algunos de mis ayudantes para que vigilaran las entradas y no dejaran entrar ninguna carga en día sábado. Entonces le dije a Dios: ¡Dios mío, tampoco olvides esto que he hecho!, ya que eres tan bueno, ¡ten compasión de mí!

De esta manera los separé de los extranjeros y de todo lo que tuviera que ver con ellos, luego organicé los turnos de los sacerdotes y de sus ayudantes, cada uno en su tarea, organicé también a los que traían la leña, para que lo hicieran en las fechas indicadas, y organicé la entrega de los primeros frutos. Luego le dije a Dios: ¡Acuérdate de mí, Dios mío, y trátame bien!.

Como puedes ver, la Palabra de Dios enseña la obediencia a los mandamientos, por lo que es importante tener en alto la Palabra de Dios, estar apegado a ella y obedecerla, para que la sabiduría de Dios te de discernimiento  y escojas hacer lo bueno de manera que te conduzcas por el camino del bien en este mundo tan cambiante, donde pasa todo aprisa pero que debes darte cuenta que hay cosas que no deben cambiar, creer en Jesucristo sino que El sea el centro de tu vida.


Con Alta Estima,

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