Los habitantes de Jericó le dijeron entonces a Eliseo, la
ciudad está en un lugar muy bonito, pero el agua es mala y la tierra no produce
frutos, Eliseo le dijo, Tráiganme un recipiente nuevo, y pónganle sal adentro.
En cuanto se lo llevaron, Eliseo fue al manantial de la ciudad, arrojó allí la
sal y le dijo, Dios dice que ha purificado esta agua, y que nunca más causará
la muerte de sus habitantes ni va a impedir que la tierra dé frutos, desde este
momento el agua quedó pura.
Eliseo, salió de allí y se fue a la ciudad de Betel,
mientras iba por el camino, unos muchachos salieron de la ciudad y se burlaron
de él. Le decían, ¡Sube, calvo, sube!, Eliseo se dio vuelta y los miró, luego
con la autoridad que Dios le había dado, les anunció que recibirían su castigo.
Enseguida dos osos salieron del bosque y despedazaron a cuarenta y dos de los
muchachos. Después, Eliseo se fue al monte Carmelo, y de allí volvió a la
ciudad de Samaria.
En ese tiempo, Joram hijo de Ahab comenzó a reinar sobre
Israel cuando Josafat ya tenía dieciocho años de gobernar en Judá, la capital
de su reino fue Samaria, y su reinado duró doce años pues Joram desobedeció a
Dios, pues se comportó mal.
Mesá, el rey de Moab, se dedicaba a la cría de ovejas, y
cada año le pagaba al rey de Israel un impuesto de cien mil corderos y la lana
de cien mil carneros, pero cuando Ahab murió Mesá se rebeló en contra de
Israel, entonces el rey Joram le mandó este mensaje a Josafat, rey de Judá, el
rey de Moab se rebeló contra mí, ¿quieres ayudarme a luchar contra Moab?,
Josafat le contestó, por supuesto, ¿cuál es tu plan de ataque?, Joram contestó,
atacaremos por el camino del desierto de Edom. Así que los reyes de Israel,
Judá y Edom se unieron en contra del rey de Moab, mientras marchaban hacia el
campo de batalla, tuvieron que desviarse durante siete días, y se les acabó el
agua que tenían para el ejército y sus animales, entonces el rey de Israel
dijo, ¡Estamos en problemas! Dios nos entregará en manos del rey de Moab,
Josafat preguntó, ¿Hay aquí algún profeta que nos diga lo que Dios quiere que
hagamos?, uno de los oficiales del rey de Israel contestó, por aquí anda el
profeta Eliseo, el ayudante de Elías. Josafat dijo, ¡Dios nos hablará por medio
de él!. De inmediato, los tres reyes fueron a ver a Eliseo, pero este le dijo
al rey de Israel, yo no tengo nada que ver contigo, pregúntale a esos profetas,
a quienes tu padre y tu madre siempre consultan, el rey de Israel le respondió,
no lo haré, quien nos desvió hasta aquí fue Dios, para que el rey de Moab nos
destruya.
Eliseo dijo, juro por Dios todopoderoso, a quien sirvo, que
si no fuera por el respeto que siento por Josafat, no te prestaría atención; es
más, ni siquiera levantaría la vista para mirarte, en fin traigan acá a un
músico. Cuando el músico comenzó a tocar, el poder de Dios vino sobre Eliseo y dijo,
Dios dice que este arroyo seco se formarán muchos charcos, aunque verán viento
ni lluvia, este lugar se llenará de agua, todos podrán beber agua, y también
sus ganados y animales, esto para Dios no es ningún problema, además él los
ayudará a vencer a los moabitas, ustedes conquistarán todas las ciudades
importantes y las que están bien protegidas, derribarán todos los árboles
frutales, taparán todos los manantiales y llenarán de piedras los sembrados. A
la mañana siguiente, muy temprano, comenzó a correr agua desde la región de
Edom, y llenó todo el lugar.
Al día siguiente, se levantaron muy temprano, y el sol se
reflejaba en el agua, lo que hacía que el agua se viera de color rojo, al
verla, los moabitas pensaron que se trataba de sangre y dijeron: ¡es sangre!
Seguro que los reyes lucharon entre sí y se mataron unos a otros, vamos a
buscar las cosas que quedaron, pero cuando los moabitas llegaron al lugar, los
israelitas se levantaron y los atacaron. Cuando el rey de Moab vio que estaba
perdiendo la batalla, se fue a atacar al rey de Edom, para esto se llevó a
setecientos soldados armados con espadas, como no pudo vencerlo, llevó a su
hijo mayor hasta el muro de la ciudad y allí lo mató y lo quemó como una
ofrenda a su dios, ese hijo hubiera sido el rey después de él. Al ver esto, les
dio tanto miedo a los israelitas que dejaron la ciudad y regresaron a su país.
Luego, una mujer que había estado casada con un profeta le
dijo a Eliseo, mi marido estuvo siempre al servicio de Dios y de usted, pero
ahora está muerto. El había pedido prestado, y ahora el hombre que se lo prestó
se quiere llevar como esclavos a mis dos hijos, Eliseo le preguntó ¿qué puedo
hacer para ayudarte? Dime, ¿qué tienes en tu casa?, la mujer le contestó, ¡Lo
único que tengo es una jarra de aceite!, Eliseo le dijo, ve y pídele a tus
vecinas que te presten jarras vacías, trata de conseguir todas las que puedas.
Después, entra en tu casa con tus hijos y cierra la puerta. Echa aceite en las
jarras y ve poniendo aparte las que se vayan llenando. La mujer se despidió de
Eliseo, fue a su casa, entró junto con sus hijos y cerró la puerta. Los hijos
le llevaban las jarras y la mujer las llenaba con aceite. Después de un rato,
la mujer le dijo a uno de los hijos, tráeme otra jarra, él le contestó, ya no
quedan más. En ese momento el aceite se acabó. La mujer fue a ver al profeta y
le contó lo que había pasado, él le dijo, ve, vende el aceite, y págale a ese
hombre lo que le debes, con lo que te quede podrán vivir tú y tus hijos.
Un día, Eliseo fue al pueblo de Sunem, allí, una mujer muy
importante le insistió que fuera a comer a su casa, y cada vez que Eliseo
pasaba por allí, se quedaba a comer en casa de ella, entonces la mujer le dijo
a su esposo, mira, yo sé que este hombre que nos visita cuando pasa por el
pueblo, es un profeta de Dios. Construyamos en la terraza una habitación,
pongámosle una cama, una mesa, una silla y una lámpara, y así el profeta podrá
quedarse cada vez que venga a visitarnos.
Un día, Eliseo llegó y se quedó a dormir en la habitación
que le habían construido, luego le dijo a su sirviente Guehazi, esta señora se
ha preocupado mucho por nosotros, pregúntale qué podemos hacer por ella,
pregúntales también si quiere que le hablemos bien de ella al rey o al jefe del
ejército. Cuando el sirviente de Eliseo se lo preguntó, la mujer contestó, no
me falta nada, vivo tranquila, entre mi gente, Eliseo le preguntó a su
sirviente qué podían hacer por ella, Guehazí contestó, bueno, ella no tiene
hijos y su marido es anciano. Entonces Eliseo le dijo, llámala, y cuando ella
llegó, se quedó en la puerta, Eliseo le dijo, el próximo año, por estas fechas
llevarás en tus brazos un hijo tuyo, la mujer respondió, usted es un profeta de
Dios y yo soy su servidora, por favor, no me mienta. Pero la mujer quedó
embarazada y al año siguiente tuvo un hijo, tal como le había dicho Eliseo, el
niño creció, y un día fue a ver a su padre, que andaba en el campo con sus
trabajadores, el niño se quejó, y le gritó a su padre, ¡ay! Mi cabeza, me duele
mucho. El padre le ordenó a un sirviente que llevara al niño donde estaba su
madre, ella lo sentó sobre sus rodillas hasta el mediodía, pero a esa hora
murió. La madre subió al niño a la habitación del profeta y lo puso sobre la
cama. La mujer ordenó que prepararan la burra, y le dijo a su sirviente, apura
al animal, que no se detenga hasta que yo te diga, la mujer partió y fue a ver
al profeta que estaba en el monte Carmelo. Cuando Eliseo la vio, le dijo a su
sirviente, Mira, allá a lo lejos viene la señora del pueblo de Sunem, corre a
recibirla y pregúntale cómo están ella, su marido y su hijo, cuando Guehazi se
lo preguntó, la mujer respondió que estaban bien, pero cuando llegó a donde
estaba Eliseo, se arrojó a sus pies. Entonces la mujer le dijo a Eliseo, ¡yo no
le pedí a usted un hijo! ¿Acaso no le dije que no me engañara?, Eliseo le
ordenó a Guehazi, prepárate, toma mi bastón, y ve a donde está el niño, cuando
llegues, coloca mi bastón sobre la cara del niño. Pero la madre del niño le
dijo a Eliseo, juro por Dios y por la vida de usted que no volveré a mi casa si
no me acompaña, entonces Eliseo se fue con ella. Cuando Eliseo llegó a la casa,
vio al niño que estaba muerto y tendido sobre su cama, así que entró en la
habitación, cerró la puerta, y se quedó a solas con el niño, después de orar a
Dios, subió a la cama y se tendió sobre el cuerpo del niño, en cuanto el cuerpo
de Eliseo tocó el del niño, este comenzó a revivir. El sirviente llamó a la
madre, y cuando ella llegó a donde estaba Eliseo, éste le dijo, aquí tienes a
tu hijo, la mujer se acercó y se arrojó a los pies de Eliseo, luego tomó a su
hijo y salió de la habitación.
Sería bueno, que el ser humano no quite su mirada del Dios
Altísimo.
Con Alta Estima,
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