martes, 20 de agosto de 2013

La reconstrucción...

Sabes, para entrar a la presencia de Dios es imprescindible acceder por la puerta, algo que parece obvio pero que el hombre que no tiene a Jesucristo en su vida se empeña en ignorar, porque la única puerta de entrada es el Hijo de Dios, Jesucristo. Así pues, el propósito de Dios es que cada persona se edifique a sí mismo, se apegue a sus enseñanzas  para que haga buenas acciones pues este es el lugar Santo en el que Dios quiere vivir por su espíritu. Lo importante, es que Jesucristo habite en tu corazón y la honra y gloria de Dios darán llenura al templo espiritual y entonces habrás conquistado la tierra prometida.

Yo soy Nehemías hijo de Hacalías y esta es mi historia, cuando Artajerjes llevaba veinte años de reinar, yo estaba en el palacio del rey en Susa, en ese tiempo yo era copero del rey Artajerjes. En ese momento llegó allí mi hermano Hananí con unos hombres que venían de Judá. Cuando les pregunté cómo estaba la ciudad de Jerusalén, y cómo estaban los judíos que no fueron llevados prisioneros a Babilonia, ellos me respondieron: Los que quedaron en Jerusalén tienen graves problemas y sienten una terrible vergüenza ante los demás pueblos. Los muros de protección de la ciudad están en ruinas, y sus portones fueron destruidos por el fuego.

Cuando oí esto me senté a llorar, y durante varios días estuve muy triste y no comí nada, entonces le dije a Dios en oración: Dios grande y poderoso; ante ti todo el mundo tiembla de miedo, tú cumples tus promesas a los que te aman y te obedecen. Escúchame y atiende mi oración, pues soy tu servidor, día y noche te he rogado por los israelitas, que también son tus servidores. Reconozco que todos hemos pecado contra ti, he pecado yo, y también mis antepasados, hemos actuado muy mal y no hemos obedecido los mandamientos que nos diste por medio de Moisés. Acuérdate de lo que dijiste a Moisés, le advertiste que si no te obedecíamos en todo, tú nos enviarías a países muy lejanos, pero también dijiste que tú nos traerías de vuelta al sitio que has elegido para que te adoremos y si nos arrepentíamos y obedecíamos tus mandamientos nos volverías a reunir. Dios escucha mi oración y las oraciones de tus servidores que desean adorarte, haz que el rey me reciba bien y que yo tenga éxito.

Cierto día, le llevé vino al rey Artajerjes, como nunca me había visto triste, el rey me preguntó, ¿qué te pasa? Esa cara triste me dice que debes estar preocupado, ¿hay algo que pueda hacer por ti?, yo le pedía ayuda a Dios, y le contesté al rey; si le parece bien a su Majestad, y quiere hacerme un favor, permítame ir a Judá, para reconstruir la ciudad donde están las tumbas de mis antepasados, el rey que estaba acompañado por la reina, me preguntó cuánto tiempo duraría mi viaje y cuándo regresarías, yo le dije cuánto tardaría, y él me dió permiso para ir. Entonces le pedí que me diera cartas para los gobernadores de la provincia que está al oeste del río Eufrates, ellos debían permitirme pasar por sus territorios para llegar a Judá. El rey me dio todo lo que le pedí, porque mi buen Dios me estaba ayudando.

Al llegar a Jerusalén, dejé pasar tres días sin decirle a nadie lo que Dios me había indicado hacer por Jerusalén, después me levanté de noche y salí acompañado por algunos hombres, pasé por la entrada del valle y revisé los muros de protección de la ciudad que estaban caídos, y los portones que habían sido destruidos por el fuego. Los gobernadores no sabían a dónde había ido yo, ni que había hecho. Tampoco los judíos, pues todavía no les había contado nada a los sacerdotes ni a los jefes, ni asistentes ni a los que iban a ayudar en la obra., entonces les dije, ustedes conocen bien el problema que tenemos, porque los muros de Jerusalén están en ruinas y sus portones se quemaron, pero vamos a reconstruirlos, para que no se burlen de nosotros y les conté también cómo mi buen Dios me había ayudado, y lo que el rey me había dicho, entonces ellos respondieron, ¡Manos a la obra! Y, muy animados, se prepararon para iniciar la reconstrucción. Pero Sambalat el de Horón, Tobías el funcionario amonita y Guésem el árabe se burlaron de nosotros y dijeron, ¿qué se traen entre manos? ¿se van a poner en contra del rey’, yo les contesté: Dios gobierna desde el cielo, y con su ayuda tendremos éxito, ustedes no tienen autoridad en Jerusalén, tampoco tienen ningún derecho, pues no son parte de la historia. Nosotros haremos los trabajos de reconstrucción, entonces comenzó la reconstrucción. Reconstruyeron los muros de protección hasta la torre de los Cien y la torre de Hananel, y colocaron los portones. Luego dedicaron a Dios esa entrada. Los hombres de Jericó reconstruyeron la sección de los muros que seguía.

Cuando Sambalat se enteró de que estábamos reconstruyendo el muro, se enojó mucho, se puso furioso y empezó a burlarse de los judíos, Tobías el amonita, que estaba con él, añadió, el muro que están edificando es muy débil, ¡Basta que se suba una zorra para se caiga!, entonces yo oré, ¡Dios nuestro escucha cómo nos ofenden! Haz que todo lo malo que nos desean les pase a ellos, haz que se los lleven a la fuerza a otro país, y que les roben todo lo que tiene, no les perdones sus maldades ni te olvides de sus pecados pues nos han insultados por reconstruir el muro. Así que seguimos reconstruyendo el muro, y como la gente trabaja con entusiasmo, el muro pronto estaba hasta la mitad de su altura, nuestros enemigos hicieron un plan para pelear contra nosotros y desanimarnos, como vi que estaban preocupados, me levanté y les dije a los jefes, a los gobernadores y a todos los demás, no tengan miedo, recuerden que Dios es poderoso, y que ante él todos tiemblan. Desde que salía el sol hasta que aparecían las estrellas, la mitad de la gente reparaba el muro, y los demás mantenían las lanzas en sus manos, por eso, ni mis parientes ni mis ayudantes, ni los hombres de la guardia que me acompañaban, nos quitábamos la ropa para dormir.

Tiempo después, varios hombres y mujeres protestaron contra sus compatriotas judíos, algunos que tenían muchos hijos decían que les faltaba trigo para darles de comer, otros decían que para obtener un préstamo y así poder comprar trigo, habían tenido que hipotecar sus campos, casas y viñedos, además decían, somos de la misma raza que nuestros compatriotas, sin embargo, tendremos que vender a nuestros hijos como esclavos, cuando escuché sus quejas, me enojé mucho y después de pensarlo bien, reprendí a los jefes y gobernantes por tratar mal a sus propios compatriotas, y les mandé que se reunieran para hablar del asunto, entonces les dije, lo que ustedes están haciendo no está bien, ustedes tienen que demostrar que respetan a Dios, pero ahora vamos a decirles que no nos deben nada, ustedes deben devolverles hoy mismo sus campos, sus viñedos, sus olivares y sus casas, ellos respondieron, haremos lo que nos dices, entonces llamé a los sacerdotes para que delante de ellos prometieran cumplir lo que habían dicho. Todos los que estaban reunidos allí alabaron a Dios y todos cumplieron lo que habían prometido.

Durante doce años mis familiares y yo no aceptamos la comida del rey, que me correspondía como gobernador de Judá, porque la gente ya sufría bastante,  pero los que habían gobernado antes que yo fueron malos con el pueblo, porque cobraban cuarenta monedas de plata al día por comida y vino, también sus ayudantes habían sido malos, pero yo no hice eso porque amo y respeto a Dios, me dediqué a construir el muro de la ciudad y no compré ninguna propiedad. Todos mis ayudantes colaboraron la reconstrucción, además, yo les daba de comer a ciento cincuenta judíos, incluidos sus jefes, sin contar a todos los de otras naciones vecinas que también venían a mi mesa.

Sambalat, Tobías, Guésem el árabe y nuestros otros enemigos se enteraron de que habíamos terminado de reparar el muro, y que ya no quedaban secciones caídas, aunque todavía no habíamos colocado los portones en su lugar, entonces ellos me mandaron un mensaje pidiéndome que me reuniera con ellos en uno de los pueblitos del valle de Onó, eso era una trampa para hacerme daño, entonces les mandé a decir que estaba ocupado con una tarea importante y el trabajo se detendría, querían asustarme para hacerme pecar, y así acusarme de ser una mala persona, entonces oré a Dios.

La reconstrucción del muro quedó terminada, el trabajo duró cincuenta y dos días, cuando nuestros enemigos se enteraron de esto, los países vecinos tuvieron miedo y se sintieron avergonzados, porque comprendieron que esta obra se había realizado con la ayuda de nuestro Dios.

Como puedes ver, Jesucristo nos revela que El es la puerta del verdadero templo del cielo y cada persona puede entrar por Jesucristo que es el camino,  nadie va al Padre sino es por El, que es Dios mismo.


Con Alta Estima,

No hay comentarios:

Publicar un comentario