Sabes, el pecado es infringir la ley espiritual de Dios, quebrantar sus
mandamientos, por lo que el pecado la paga es muerte, pero lo triste es que te
separa de Dios y El ya no oye tus oraciones, a través de su palabra ya no te
habla, pues rompes tu relación personal con él. Lo necesario sería que cada
persona reconozca su pecado, se
arrepienta y cambie su manera de vivir, renueve su mente, sus pensamientos, su
corazón y se aparte del camino del pecado, por esta razón Jesucristo murió para
quitar el pecado de los seres humanos. Por lo que es importante, que evites
hacer lo malo, ya que el pecado enoja a Dios, y para agradarle y volver a
establecer comunión con él cada persona debe conocer toda la ley enseñada por
Dios y cumplir sus mandamientos.
Entonces, vinieron los jefes y me dijeron, Esdras, queremos
informarte que nuestro pueblo, no se ha
mantenido apartado de la gente que vive aquí, todos ellos imitan las horribles
costumbres de los pueblos que habitan en Canaán y Egipto. Los judíos se han
casado con mujeres de esos pueblos, así que el pueblo de Dios se ha mezclado
con esa gente. Los primeros en pecar de esta manera han sido los jefes, los
gobernantes, los sacerdotes y sus ayudantes. Al saber esto, rompí mis ropas, me
arranqué los cabellos y la barba para demostrar mi dolor, y lleno de tristeza
me senté en el suelo, así permanecí hasta el atardecer, a mi lado permanecieron
los que habían regresado conmigo, pues tuvieron miedo del castigo que Dios
enviaría por causa del pecado de estos israelitas. Sin quitarme mis ropas rotas
me puse de rodillas delante de mi Dios, y extendiendo mis brazos le dije: Dios
mío qué vergüenza, ¡Estoy tan confundido que no sé cómo hablarte! Nuestros
pecados son tantos que si los pusiéramos uno sobre otro llegarían hasta el
cielo. Hemos estado pecando gravemente desde hace mucho tiempo, por causa de
nuestra maldad todos nosotros, incluyendo a nuestros reyes y sacerdotes, hemos
sido entregados al poder de los reyes de otros países. Hasta hoy nuestros
enemigos nos han herido, robado, humillado y sacado de nuestro país.
Pero ahora, Dios nuestro, tú has sido bueno con nosotros y has
permitido que algunos quedemos en libertad y vengamos a vivir seguros en este
territorio que tú apartaste para nosotros. Nos has dado nueva esperanza y has
hecho renacer la alegría en nosotros, aunque somos esclavos no nos has
abandonado. Tu amor por nosotros es tan grande que hiciste que los reyes de
Persia, nos permitieran volver para reconstruir tu templo, el cual estaba en
ruinas. ¡Aquí en Judá y en Jerusalén tú nos proteges! Nos advertiste que el
territorio que íbamos a ocupar estaba
lleno de maldad, pues los que vivían allí habían llenado todo el territorio con
sus horribles costumbres. Tampoco debíamos ayudar a esa gente a tener paz y
bienestar. De esa manera seríamos fuertes, disfrutaríamos de todo lo bueno de
este territorio y después se lo dejaríamo a nuestros hijos y nietos como herencia
para siempre. ¡Dios de Israel, tú eres justo! Tú permitiste que un grupo de
nosotros pueda salvarse, como ahora vemos. Reconocemos que somos culpables y
que no tenemos derecho de acercarnos a ti.
Mientras Esdras estaba de rodillas frente al templo, reconociendo el
pecado del pueblo, una gran cantidad de hombres, mujeres y niños se juntó
alrededor de él, llorando amargamente. Entonces Secanías hijo de Jehiel, que
eran descendiente de Elam, le dijo a Esdras; Vamos a prometerle a nuestro Dios
que nos separaremos de todas esas mujeres y sus respectivos hijos, haremos todo
lo que tú y los que respetan el mandamiento de Dios nos indiquen. Obedeceremos
la ley de Dios: Levántate, porque es tu deber hacer esto; nosotros te
apoyaremos ¡Vamos, anímate!.
Entonces Esdras se puso de pie, llamó a todos los israelitas,
incluyendo a los principales sacerdotes y a sus ayudantes, y les hizo prometer
que cumplirían lo que Secanías había propuesto. Y ellos prometieron hacerlo.
Después, Esdras salió del templo de Dios y se fue a la habitación de Johanán
hijo de Eliasib, y se quedó allí esa noche. Estaba tan triste por la
desobediencia de los que habían vuelto de Babilonia que no quiso ni comer ni
beber. Más tarde se le ordenó a los habitantes de todo Judá y Jerusalén que los
que habían regresado de Babilonia debían reunirse en Jerusalén. Los jefes y los
consejeros ordenaron que el que no se presentara dentro de tres días sería
echado del grupo de los que regresaron, y se le quitarían todas sus
propiedades. Todos temblaban preocupados por lo que Secanías había propuesto y
por la fuerte lluvia que caía sobre ellos.
El sacerdote Esdras se puso de pie y les dijo, Reconozcan ahora su
maldad delante de nuestro Dios y obedézcanlo a él, apártense de todos aquellos
extranjeros que adoran a otros dioses, y de las mujeres extranjeras con las que
ustedes se han casado. Toda la gente allí reunida respondió en voz alta, está
bien, haremos lo que tú nos ordenas, somos muchos los que hemos pecado, será
mejor que nuestros jefes se queden en Jerusalén y traten este asunto en lugar
de nosotros. Entonces el sacerdote Esdras escogió a algunos jefes de los grupos
familiares y los nombró para investigar cada caso. Ellos prometieron firmemente
separarse de sus mujeres, y presentaron un carnero como ofrenda por el perdón
de su pecado.
¡Animo, que tu Fe sea firme! Sólo Dios puede limpiar la maldad en el
ser humano, por lo que es importante que cada persona cuide su mente pues lo
que piensa lo guarda en su corazón y luego sale de su boca, genera malas
acciones y lo contamina, pero apegado a su Palabra, hará todo lo bueno,
agradable y perfecto para Dios.
Con Alta Estima,
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